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Asistimos ayer al muy esperado y deportivo encuentro de fútbol en que se ponía en juego la participación en la Final de la Champions entre los más representativos equipos españoles del momento, elFC Barcelona y el Real Madrid. 
El encuentro era a partido doble y ya se había jugado la ida en el campo del Madrid con el resultado de 0-2, estamos pues en la vuelta y el Madrid tenía la difícilpapeleta de una de las remontadas más difíciles de la actual temporada, porque no había de realizar la proeza ante un equipo cualquiera sino ante el que comparte el liderazgo del fútbol español. Deentrada nos encontramos con la primera dificultad, aunque esta vez sea para ambos: el terreno de juego se encontraba en pésimas condiciones a causa de una pertinaz lluvia.

El “conductor” del encuentro sedispuso, desde el mismo inicio, a exigir a ambos onces el máximo rigor en el cumplimiento del reglamento. 

Con rigurosa puntualidad dio comienzo el evento y los primeros compases se caracterizaronen ambos bandos por los deseos de conocerse mutuamente las intenciones, al mismo tiempo que trataban de imponerse, sin conseguirlo hasta pasados los primeros quince minutos; ya empezaban a conocerselos tiempos de retención con clara superioridad de parte de los propietarios de terreno.Anoto a los 15 y 20 minutos respectivamente dos de las paradas espectaculares a que nos tiene acostumbrados elcancerbero de la selección campeona del mundo, lo que también resalta el empuje de la delantera azulgrana.

Se siguen unos angustiosos minutos que el público que “rellena” el estadio jalea con elentusiasmo propio de estos acontecimientos deportivos, y es cuando salta al césped un espontáneo que, a diferencia de lo que suele ocurrir en las plazas de toros en las que salta con un rudimentariocapote, éste lo hace a cuerpo descubierto: se produjo por tanto, para el público asistente, un añadido del espectáculo, como en los entreactos de los proscenios aunque finalmente fue reducido el...