doctor

Aquella mañana no hacía más frío de lo que la mañana anterior hizo, ni de lo que la mañana siguiente hizo, era un amanecer cotidiano, y desde el Panecillo se veía aQuito, con su aire de esplendor.
Los tres tenían sus ojos marcados por las ojeras de cuatro noches de excesos. Los tres compartían un destino común, seguramente laencarcelación en una institución donde asistirían a ser domesticados, en otras palabras, a ser educados.
-Sabes bien que no teníamos alternativa Sofía. O lo hacíamos oel man nos cagaba la vuelta- Anuncia de la nada un joven alto y barbado llamado Julián, mientras mira a una chica trigueña con buen cuerpo.
-No me importa loco. Cachaque no es justo que le dejáramos ahí tirado. Parecía muerto- responde Sofía, imponiendo su seductora mirada a la de Julián.
Pedro seguía callado como siempre.Pensaba en cosas, la noche anterior, los juegos de mesa, el carro en el que habían llegado. Cuando pensaba le gustaba masajearse el cuello, según lo que leyó una vez en unperiódico serio, esto estimulaba la circulación. Ahora no tenía más que un periódico sensacionalista y de crónica roja bajo el brazo.
-En fin, es mejor que nosabramos- murmuraba Sofía mientras abrazaba a Pedro por la cintura, nunca le pareció más ancho. La verdad es que Pedro había engordado mucho el último mes, tal vez por suenfermedad. Pedro quería quitarse urgentemente el brazalete del hospital lo más rápido posible. Le estorbaba. Se sentía atado a su destino.
Sofía se llevó a Pedro de lamano hacia el vehículo, Julián se quedó un último momento bebiendo su cerveza y contemplando el horizonte. –Qué bueno sería pegarme un pase- murmuro para sí mismo.