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Bajo estas circunstancias, los jóvenes se liberan progresivamente de las
instituciones primarias de socialización (familia y escuela) en tanto que
éstas son incapaces de ofrecer la orientación ylas respuestas adecuadas al
nuevo repertorio de incógnitas que afectan todos los aspectos de su
cotidianeidad.
La nueva red de significados se acaba hallando, entonces, en dos espacios
estrechamenterelacionados entre sí: la cultura popular, entendida como
aquella que construyen los medios de comunicación, la música, el cine, las
nuevas tecnologías y otras expresiones a partir de las cualeslos jóvenes
modelan sus identidades individuales y colectivas (Giroux, 1996), y el
sistema de consumo, capaz de ofrecer todo tipo de mercancías y productos,
pero también “estilos de vida”. Laposesión o acceso a determinados
productos y actividades de consumo implica poder acceder a una particular
manera de experimentar el mundo, que se traduce en adscripciones y
diferenciaciones identitarias ynuevas formas de ritualización en las
transiciones juveniles (Reguillo, 2004).
Los estilos de vida mediatizados por la cultura popular y el consumo juvenil
configuran un espacio social y culturalpropio a partir del cual los jóvenes
consiguen escapar de su condición intersticial, redimiendo así en el plano
simbólico sus incertidumbres y, por supuesto, sus fracasos en la lucha por
laemancipación y promoción social y el disfrute de un mundo todo él hecho
de objetos codiciables (Delgado, 2002). A la vez, tal y como señalan
Martínez, González, y de Miguel (2006), es a través del consumocultural
que se puede expresar la individualidad en la representación de uno mismo
y, en cierta medida, trascender la propia posición estructural, consiguiendo
espacios de autonomía.
Si en la vidacotidiana de los jóvenes, los bienes y actividades de consumo
asumen un papel fundamental en la producción y circulación de
significados, adquiere particular importancia preguntarse por sus...