El ecologo

El ecólogo



Desde chico, he visto el hombre repasar la cuadra de mi calle.
Siempre aparece unos minutos antes que el carro de basura, esculcando ansioso las bolsas de losdesperdicios materiales y espirituales de cada casa.
(Los que tienen simpatías con los administradores y vigilantes de los condominios, tienen el privilegio de escarbar, escoger, alimentarse, de lascanecas grandes).
No siente vergüenza cuando ciertos transeúntes lo ojean rutinariamente, o indiferentes o fastidiados (Los que se atormentan son ellos, dice).
El sigue concentrado en lo suyo.Luego se esfuma unos pasos detrás del decrépito carro esperando que los empleados de ropajes amarillentos y cascos fibrosos en su cabezas, dejen caer o les obsequien alguna resma desorganizada decartón y papel.
Antes de voltear la esquina, con el bulto colgado a espaldas, mira como viejo conocido a los zopilotes taciturnos, acomodados en fila india, encima de los tejados de las casas. Ellosle devuelven atisbos de compadres sin ápices de tedios por la competencia.
Ese ha sido su itinerario y proceder de estos años: puntual, casi con el mismo vestido sucio, zapatos remendados (a vecesa pie limpio), cara pálida, barba y cabello, rastrojos impenetrables donde habitan bichos minúsculos, empalagosos, pero que no le estorban; su olor agudo donde el aroma ya sea el extravagantepachulí, huye echándose bendiciones.
Muchas veces he charlado con él. Me cuenta escuetamente, sin pizca de emociones, que no sabe de dónde viene, pues no conoció a su familia. No sabe si existe o no.Tampoco ha gastado una caloría en buscarlos
Mi familia es la basura; el amor, el asco de algunos, las consideraciones piadosas de católicos sofisticados, y mi padrino, el abandono del estado.Mi destino, un sin fin de atajos culebreros: echar pata oliendo mi pegante, y así mantenerme con mi modo de vivir; mi casa, las grietas de los barrancos, los agujeros debajo de los puentes, las...