El Hombre Que Amaba A Los Perros-Segunda Parte

Páginas: 487 (121657 palabras) Publicado: 10 de enero de 2013
Sylvia, extrañada y quizás hasta ofendida, intentó convencerlo.
—Esa gente estaba luchando contra el fascismo, Jacques. Aunque hay muchas cosas de las que yo no pienso igual que algunos de ellos, los respeto y los admiro.
La mayoría de ellos no sabía ni marchar cuando se fueron a España, pero han sido capaces de pelear por todos nosotros.
—Yo no les he pedido que lucharan por mí —logró decirél.
—Ni ellos te lo preguntaron. Pero ellos saben que en España se deciden muchas cosas, que el auge del fascismo es un problema de todos: también tuyo.
El invierno se había adelantado y el aire era cortante. Jacques la tomó del brazo y la hizo entrar en un café. Ocuparon una mesa apartada y, antes de que el
camarero se acercara, Jacques gritó:
—¡Dos cafés! —y enfocó a Sylvia—. ¿En qué habíamosquedado?
La muchacha se quitó las gafas, empañadas por el cambio de temperatura, y frotó los cristales con el borde de la saya. En ese instante Jacques descubrió que
sentía miedo de sí mismo: ¿cómo podía ser tan fea, tan tonta, tan imbécil para decirle a él por quién peleaba cada cual? ¿Cuánto podría resistir al lado de un ser que en
aquel instante le repugnaba?
—Perdóname, mi amor. Noquise...
—No lo parece.
—Es que de verdad es importante. En España se decide mucho otra vez Stalin deja que Hitler y los fascistas se salgan con la suya. Stalin nunca quiso ni permitió
que los españoles hicieran la revolución que los habría salvado y...
—¿De qué estás hablando? —Jacques preguntó y de inmediato comprendió que había cometido un error.
Sencillamente a Jacques no podía importarle de quéestaba hablando Sylvia y se impuso recuperar su control. Ni aquellas acusaciones infames ni la fealdad de
Sylvia Ageloff iban a poder con él. Les sirvieron los cafés y la pausa lo ayudó a terminar de recomponerse.
—Sylvia, si quieres vete a ver a esos salvadores de la humanidad y a hablar con ellos de Stalin y de tu querido Trotski. Estás en tu derecho. Pero a mí no me
involucres. Es que no meinteresa. ¿Puedes entenderlo de una puta vez?
La mujer se encogió sobre sí misma y se sumió en un largo silencio; al fin él bebió un sorbo de café. Dos meses antes, la incontrolable insistencia de Sylvia en
hablar de política había provocado la primera discusión seria de la pareja. Aquella tarde Jacques la había acompañado a la villa del trotskista Alfred Rosmer, en
Périgny, para que lamuchacha participara como secretaria en la reunión que, según ella misma, había sido el aborto más que el nacimiento de la Internacional trotskista.
Mientras regresaban a París, luego de doblegarla y hacerle prometer que no volvería a hablarle de aquellos temas, Jacques había aprovechado la coyuntura para
intentar que renunciara a regresar a Nueva York en el inicio del nuevo curso escolar y paradejarle caer —fue como si colocara una soga al cuello de Sylvia— la
posibilidad de comprometerse formalmente. Pero la pasión política ahora había vuelto a traicionar a Sylvia que, temerosa por la reacción de su amante, murmuró:
—Sí, mi amor. Te agradezco que me dejes ir. Pero si no quieres, no voy.
Jacques sonrió. Las aguas volvían a su nivel. Su preeminencia quedaba restablecida y comprendió quepodía ser muy cruel con aquel ser desvalido. Es más, le
satisfacía serlo. Un componente maligno de su personalidad se revelaba en aquella relación y descubría el gozo que le provocaba la posibilidad de doblegar voluntades,
de generar miedo, de ejercer poder sobre otras personas hasta hacerlas reptar ante sí. ¿Tendría algún día la ocasión de ejercer aquel dominio sobre Caridad?, pensó y
se dijoque, aun cuando no tuviera nombre ni patria, era un hombre dotado de odio, fe y, además, de un poder, y lo iba a utilizar siempre que le fuese posible.
—Claro que quiero que vayas, si eso te complace —dijo satisfecho, magnánimo—. '59o tengo que hacer unas compras para mandarles a mis padres algún regalo
por Navidad. ¿Qué te gustaría que te regalara a ti?
Sylvia se distendió. Lo miró y en sus...
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