El hombre que lloro

Páginas: 16 (3797 palabras) Publicado: 7 de febrero de 2012
El hombre que lloró
A la escasa luz del tablero el teniente Ontiveros vio las lágrimas cayendo por el rostro
del distinguido Juvenal Gómez, y se asombró de verlas. El distinguido Juvenal Gómez iba
supuestamente destinado a San Cristóbal, y el teniente Ontiveros sabía que hasta unas
horas antes Juvenal Gómez había sido, según afirmaba su cédula, el ciudadano Alirio Rodríguez, comerciante ynatural de Maracaibo, y sabía además que Juvenal Gómez y Alirio Rodríguez eran en verdad Régulo Llamozas, un hombre de corazón firme y nervios duros, de quien nadie podía esperar reacción tan insólita. El teniente Ontiveros no hizo el menor comentario. Las lágrimas corrían por el rostro cetrino, de pómulos anchos, con tanta abundancia y en forma tan impetuosa que sin duda el distinguido JuvenalGómez no se daba
cuenta de que estaba atravesando Maracay.
Las lágrimas, en realidad, habían empezado a acumularse ese día a las cuatro de la
tarde, pero ni el propio Régulo Llamozas pudo sospecharlo entonces. A las cuatro de la
tarde Régulo Llamozas se había asomado a la veneciana, levantando una de las hojillas
metálicas, para distraerse mirando hacia el pedazo de calle en que se hallaba.Esto sucedía en Caracas, Urbanización los Chaguaramos, a dos cuadras del sudeste de la Avenida Facultad. La quinta estaba sola a esa hora. Se oían afuera el canto metálico de algunas
chicharras y adentro el discurrir del agua que se escapaba en la taza del servicio. Y ningún
otro ruido. La calle, corta, era tranquila como si se hallara en un pueblo abandonado de
Los Llamos.
Mediaba julioy no llovía. Tampoco había llovido el año anterior. Los araguaneyes, las
acacias, los caobos de calles y paseos se veían mustios, velados y sucios por el polvo que la
brisa levantaba en los cerros desmontados por urbanizadores y en los tramos de avenidas
que iban removiendo cuadrillas de trabajadores. El calor era insufrible; un sol de fuego caía
sobre Caracas, tostándola desde Petarehasta Catia.
Régulo Llamozas había entreabierto la hojilla de la veneciana a tiempo que de la quinta
de enfrente salía un niño en bicicleta; tras él, dando saltos, visiblemente alegre, correteaba
un cachorro pardo, sin duda con mezcla de perro pastor alemán. Régulo miró al niño y le
sorprendió su expresión de vitalidad. Sus pequeños ojos aindiados, negrísimos y vivaces,
brillaban conapasionada alegría cuando comenzó a maniobrar en su bicicleta, huyendo al
cachorro que se lanzaba sobre él ladrando. La quinta de la que había salido el niño no era
nada del otro mundo; estaba pintada de azul claro y tenía bien destacado en letras metálicas
el nombre de Mercedes. “Mercedes”, se dijo Régulo. “La mamá debe llamarse Mercedes”.
De pronto cayó en la cuenta de que en toda su familia nohabía una mujer con ese nombre.
Laura sí, y Julia, su propia mujer se llamaba Aurora; la abuela había tenido un nombre
muy bonito: Adela. Todo el mundo la llamaba Misia Adela. Pronto no habría quien dijera
“misias” a las señoras, por lo menos en Caracas. Caracas crecía por horas; había traspuesto
ya el millón de habitantes, se llenaba de edificios altos, tipo Miami, y también deitalianos,
portugueses, canarios.
Una criada salió de la quinta Mercedes. Por el color y por la estampa debía ser de Barlovento. Gritó, dirigiéndose al niño:
—¡Pon cuidao a lo carro, que horita llega el dotó pa ve a tu agüelo!
Pero el niño ni siquiera levantó la cabeza para oírla. Estaba disfrutando de manera tan
intensa su bicicleta y su juego con el cachorro, que no podía haber nada importantepara él en
ese momento. Pedaleaba con sorprendente rapidez; se inclinaba, giraba en forma vertiginosa
“Ese va a ser un campeón”. Pensó Régulo. La muchacha gritó más:
—¡Muchacho el carrizo, atiende a lo que te digo! ¡Ten cuiado con el carro el dotó!
El pequeño ciclista pasó como una exhalación frente a la ventana de Régulo, pegado a
la acera de su lado. Régulo le vio el perfil, un...
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