El monje que vendio su ferrari

Páginas: 24 (5840 palabras) Publicado: 18 de agosto de 2010
EL DESPERTAR
Se derrumbó en mitad de una atestada sala de tribunal. Era uno de los más sobresalientesabogados procesales de este país. Era también un hombre tan conocido por los trajes italianosde tres mil dólares que vestían su bien alimentado cuerpo como por su extraordinaria carrerade éxitos profesionales. Yo me quedé allí de pie, conmocionado por lo que acababa de ver. Elgran Julián Mantlese retorcía como un niño indefenso postrado en el suelo, temblando,tiritando y sudando como un maníaco.
A partir de ahí todo empezó a moverse como a cámara lenta. «¡Dios mío —gritó su ayudante,brindándonos con su emoción un cegador vislumbre de lo obvio—, Julián está en apuros!» Lajueza, presa del pánico, musitó alguna cosa en el teléfono privado que había hecho instalar porsi surgía algunaemergencia. En cuanto a mí, me quedé allí parado sin saber qué hacer. No teme mueras ahora, hombre, rogué. Es demasiado pronto para que te retires. Tú no merecesmorir de esta forma.
El alguacil, que antes había dado la impresión de estar embalsamado de pie, dio un brinco yempezó a practicar al héroe caído la respiración asistida. A su lado estaba la ayudante delabogado (sus largos rizos rozaban la caraamoratada de Julián), ofreciéndole suaves palabrasde ánimo, palabras que él sin duda no podía oír.
Yo había conocido a Julián Mantle hacía diecisiete años, cuando uno de sus socios mecontrató como interino durante el verano siendo yo estudiante de derecho. Por aquel entoncesJulián lo tenía todo. Era un brillante, apuesto y temible abogado con delirios de grandeza.Julián era la joven estrelladel bufete, el gran hechicero. Todavía recuerdo una noche queestuve trabajando en la oficina y al pasar frente a su regio despacho divisé la cita que teníaenmarcada sobre su escritorio de roble macizo. La frase pertenecía a Winston Churchill yevidenciaba qué clase de hombre era Julián

Estoy convencido de que en este día somos dueños de nuestro destino, que la tarea que senos ha impuesto no essuperior a nuestras fuerzas; que sus acometidas no están por encimade lo que soy capaz de soportar. Mientras tengamos fe en nuestra causa y una indeclinablevoluntad de vencer, la victoria estará a nuestro alcance..
Julián, fiel a su lema, era un hombre duro, dinámico y siempre dispuesto a trabajar dieciochohoras diarias para alcanzar el éxito que, estaba convencido, era su destino. Oí decirque suabuelo fue un destacado senador y su padre un reputado juez federal. Así pues, venía debuena familia y grandes eran las expectativas que soportaban sus espaldas vestidas deArmani. Pero he de admitir una cosa: Julián corría su propia carrera. Estaba resuelto a hacerlas cosas a su modo... y le encantaba lucirse.
El extravagante histrionismo de Julián en los tribunales solía ser noticia de primerapágina.Los ricos y los famosos se arrimaban a él siempre que necesitaban los servicios de un soberbioestratega con un deje de agresividad. Sus actividades extracurriculares también eran conocidas: las visitas nocturnas a los mejores restaurantes de la ciudad con despampanantestop—models, las escaramuzas etílicas con la bulliciosa banda de brokers que él llamaba su«equipo de demolición», tomaron aires deleyenda entre sus colegas.
Todavía no entiendo por qué me eligió a mí como ayudante para aquel sensacional caso deasesinato que él iba a defender durante ese verano. Aunque me había licenciado en la facultadde derecho de Harvard, su alma máter, yo no era ni de lejos el mejor interino del bufete y enmi árbol genealógico no había el menor rastro de sangre azul. Mi padre se pasó la vida comoguardiade seguridad en una sucursal bancaria tras una temporada en los marines. Mi madrecreció anónimamente en el Bronx.
El caso es que me prefirió a mí antes que a los que habían cabildeado calladamente para
tener el privilegio de ser su factótum legal en lo que se acabó llamando «el no va más de los
procesos por asesinato». Julián dijo que le gustaba mi «avidez». Ganamos el caso, por
supuesto,...
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