Federico garcía lorca impresiones semana santa en granada
A estar solo, con la soledad que se desea tener en Florencia; a comprender cómo el juego de agua no es allí juego como en Versalles, sino pasión de agua, agonía de agua.
O para estar amorosamente acompañado y ver cómo la primavera vibra por dentro de los árboles, por la piel de las delicadas columnas de mármoles, y cómo suben por las cañadas arrojando a la nieve, quehuye asustada, las bolas amarillas de los limones.
El que quiera sentir junto al aliento exterior del toro ese dulce tictac de la sangre en los labios, vaya al tumulto barroco de la universal Sevilla; el que quiera estar en una tertulia de fantasmas y hallar quizá un vieja sortija maravillosa por los paseíllos de su corazón, vaya a la interior, a la oculta Granada. Desde luego, se encontrará elviajero con la agradable sorpresa de que en Granada no hay Semana Santa. La Semana Santa no va con el carácter cristiano y antiespectacular del granadino. Cuando yo era niño, salía algunas veces el Santo Entierro; algunas veces, porque los ricos granadinos no siempre querían dar su dinero para este desfile.
Estos últimos años, con un afán exclusivamente comercial. hicieron procesiones que noiban con la seriedad, la poesía de la vieja Semana de mi niñez. Entonces era una Semana Santa de encaje, de canarios volando entre los cirios de los monumentos, de aire tibio y melancólico como si todo el día hubiera estado durmiendo sobre las gargantas opulenlas de las solteronas granadinas, que pasean el Jueves Santo con el ansia del militar, del juez, del catedrático forastero que las lleve aotros sitios. Entonces toda la ciudad era como un lento tiovivo que entraba y salía de las iglesias sorprendentes de belleza, con una fantasía gemela de las grutas de la muerte y las apoteosis del teatro. Había altares sembrados de trigo, altares con cascadas, otros con pobreza y ternura de tiro al blanco: uno, todo de cañas, como un celestial gallinero de fuegos artificiales, y otro, inmenso, con lacruel púrpura, el armiño y la suntuosidad de la poesía de Calderón.
En una casa de la calle de la Colcha, que es la calle donde venden los ataúdes y las coronas de la gente pobre, se reunían los "soldaos" romanos para ensayar. Los "soldaos" no eran cofradía, como los jacarandosos "armaos" de la maravillosa Macarena. Eran gente alquilada: mozos de cuerda, betuneros, enfermos recién salidos delhospital que van a ganarse un duro. Llevaban unas barbas rojas de Schopenhauer, de gatos inflamados, de catedráticos feroces. El capitán era el técnico de marcialidad y les enseñaba a marcar el ritmo, que era así: "porón..., ¡chas!", y daban un golpe en el suelo con las lanzas, de un efecto cómico delicioso. Como muestra del ingenio popular granadino, les diré que un año no daban los "soldaos"romanos pie con bola en el ensayo, y estuvieron más de quince días golpeando furiosamente con las lanzas sin ponerse de acuerdo. Entonces el capitán, desesperado, gritó: "Basta, basta; no golpeen más, que, si siguen así, vamos a tener que llevar las lanzas en palmatorias», dicho granadinísimo que han comentado ya varias generaciones.
Yo pediría a mis paisanos que restauraran aquella Semana Santa...
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