Hasta Que La Muerte Nos Una

Cuando tú naciste todos reían y tú llorabas. Vive de tal manera que cuando tú mueras todos lloren y tú rías.

Upper East Side, Nueva York. Funeraria Petrov
Miriam Penvellyn sostenía un delgado y largo cigarrillo entre sus dedos índice y anular mientras se recargaba contra la fría pared bajo el letrero de <<No fumar>>
Tenía la mirada perdida en una maseta de enfrente, los labios enuna firme línea recta y la expresión indescifrable.
Llevaba media hora escuchando gritos y llanto roto proveniente de una de las salas de la pudiente funeraria mientras velaban a otra pobre alma.
Deprimente.
Era la primera en llegar al funeral, el imbécil de su marido estaba de vacaciones con su amante en Hawái. Qué descaro ¿verdad?, a su hijo mayor Milton todavía no le avisaban de la…¿desgracia? y Fleur estaba en la escuela.
-¿Señora Penvellyn?- Dijo un guardia asomando su calva por las dobles puertas de una de las salas.-Ya puede pasar- murmuró dándole una mirada de lastimosa condolencia.
Miriam se apartó de la pared a regañadientes y caminó por el piso de mármol gris pulcramente pulido haciendo eco con el repiqueteo de sus tacones Dolce & Gabbana.
Hay que decirlo, a suscincuenta y un años la mujer seguía siendo una reina de belleza, no se atrevería a perder el glamour por nada del mundo y caminaba como si estuviera en pasarela en vez de un triste funeral.
El funeral de Johanna.
Su hija.
-Lo siento no puede fumar aquí adentro- el guardia alargó la mano para quitarle gentilmente el cigarrillo de los dedos.
Miriam le dio un manotazo.
-Oiga, oiga, no- lo señaló –toque. ¿Qué no ve que fumar calma mi dolor?-se llevó una mano al pecho en un gesto melodramático que el guardia no se creyó nada.- Además, a ella ya no le importa si fumo o no- señaló con el cigarro hacia la caja fúnebre que apenas se veía por encima del corpulento guardia.
El hombre se quedó boquiabierto mentalmente. ¿Quién era esta loca que parecía tener tan poco respeto por los muertitos?
Clavóla mirada en los ojos grises de la mujer con la esperanza de que dejara entrever una pizca de humanidad en ellos o hubiera rastro de lágrimas y dolor profundo.
Nada. Profunda la arruga que atravesaba su frente, pero de ahí en fuera, nada.
Con una mueca se apartó de la entrada de la sala. Miriam le dio una calada al cigarrillo y miró con desdén al guardia cuando pasó junto a él.
La estanciaestaba tenuemente iluminada por apliques alrededor y el candelabro de araña suspendido en el centro del techo.
Olí a cera de velas e incienso.
Caminó a través de las dos columnas de asientos vacíos que estaban orientados hacia adelante.
Hacia el ataúd de reluciente madera oscura que descansaba tristemente sobre el pedestal de mármol. Lo flanqueaban grandes y elaborados ramos de lirios. Miriam nisiquiera sabía cuáles habían sido las flores favoritas de Johanna.
Subió vacilante las escalinatas y se cruzó de brazos frente a la caja cerrada de su hija.
Primero fue Annabelle y ahora Johanna. ¿Hasta cuándo Dios iba a recapacitar y dejaría de robarle a sus hijos?
Levantó la mirada a la foto enmarcada de Johanna en el centro. Tan sonriente, tan llena de luz y… vida.
Ay, demonios ¿qué iba adecirle al agente de Johanna? Mañana tenía una sesión de fotos importante…
Que dolor, que desgracia ¿por qué tenía que enterrar a sus hijos antes de que la enterraran a ella?...
Ay, demonios ¿Qué les iba a decir a los de Vogue?...
¿Por qué, Dios? ¿Por qué?...
Ay, demonios ¡Había gastado una fortuna en convertir a Johanna en modelo de fama! Tanto para qué, para que acabara ahí, en una malditacaja de madera cómoda pero poco glamurosa. Si alguien se hubiera tomado la molestia de avisarle que Johanna iba a morir se hubiera comunicado con la funeraria que se encargó del cuerpo de Michael Jackson y pediría uno de esos ataúdes de oro. Sin duda pensaba que su hija era mucho más bonita y combinaba mejor con el oro que él.
Cuadró los hombros muy a su pesar y le dio otra calada al cigarrillo....