Hola
A esa misma hora, Isabella salía de la cocina, avizoraba su regreso con un
elantal que se cambiaba especialmente cada tarde, los cabellos peinados.
vanzó hacia José, le escrutó elrostro para detectar su ánimo. Él masculló un
aludo y entró en la pieza a buscar su ropa limpia que Isabella había preparado
obre la cama. Ella le fue atrás. Quería preguntarle cómo había sido sudía,
ontarle cómo había transcurrido el suyo, pero no se atrevió. Su expresión no
ra amigable y trató de hacerse invisible. Lo temía en esos momentos. Difícil
ue ella lo conformara.Cualquier cosa podía desatar su enojo, una taza que se
ompía, un pedido de dinero para las compras. Su rostro se ponía violento,
cómo ella podía gastar tanto? Entonces era capaz de voltear la mesacon la
omida y los platos, podía arrancarse la camisa arrasando los botones. Y
espués la borrachera que lo descomponía, el mutismo cerrado del enojo
ersistente. Él nunca la había golpeado,pero en esos días Isabella apartaba del
ajón de los cubiertos la ancha cuchilla de picar carne y la escondía.
Un domingo de bronca, él decidió sacar el elástico de la cama al patio y
uemarlas chinches con agua hirviente. Encontró la cuchilla debajo del colchón.
a empujó interrogativo. Isabella retrocedió, pálida. —¿Esto creés de mí? —dijo
osé, arrojando lejos la cuchilla, haciala puerta del cuarto. Con un gesto
nusitado de valor, Isabella movió la cabeza asintiendo. Entonces, los ojos de
osé se velaron, le tembló la barbilla. —Isabella. Isabella, ¿esto creés de mí?Cuando Isabella se lo contó a Natalia, ésta rió. Quién sabe por qué José se
ulfuraba tanto por cualquier cosa, pero ella lo estimaba. Aunque la mortificara
ecuentemente, cuidaría aIsabella, no era un mentiroso ni un jugador como
iacinto. Otras estaban peor, casadas con borrachos o violentos que llegaban a
os golpes. Isabella debía aguantarse las broncas, guarecerse en la...
Regístrate para leer el documento completo.