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Páginas: 6 (1477 palabras) Publicado: 3 de noviembre de 2014
El caballero inexistente

Italo Calvino

Traducción de Esther Benítez
Edición al cuidado de María J. Calvo Montoro

Biblioteca Calvino

I

Bajo las rojas murallas de París estaba formado el ejército
de Francia. Carlomagno iba a pasar revista a los paladines. Ya
llevaban allí más de tres horas; hacía calor; era una tarde de comienzos del verano, algo cubierta, nublada; dentro de lasarmaduras se hervía como en ollas a fuego lento. No hay que
descartar que alguno de aquella inmóvil hilera de caballeros
hubiera perdido ya el sentido o se hubiera adormilado, pero la
armadura les mantenía erguidos en la silla, a todos por igual.
De pronto, tres toques de trompeta: las plumas de las cimeras
se sobresaltaron en el aire inmóvil como ante una ráfaga de
viento, y enmudeció deinmediato aquella especie de bramido
marino que se había oído hasta entonces, y que era, está visto,
un roncar de guerreros ensordecido por las golas metálicas de
los yelmos. Y por fin, le descubrieron avanzando desde lejos,
llegaba Carlomagno en un caballo que parecía mayor de lo natural, con la barba sobre el pecho, las manos en el pomo de la
silla. Reina y guerrea, guerrea y reina, dale quedale, parecía
algo avejentado, desde la última vez que le habían visto aquellos guerreros.
Detenía el caballo ante cada oficial y se volvía a mirarlo de
arriba abajo:
–¿Y quién sois vos, paladín de Francia?
–¡Salomón de Bretaña, sire! –respondía aquél a voz en grito,

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alzando la celada y descubriendo el rostro acalorado, y añadía
alguna noticia práctica, del tipo–: cinco milcaballeros, tres mil
quinientos infantes, mil ochocientos de servicio, cinco años de
campaña.
–¡Adelante con los bretones, paladín! –decía Carlos, y
tac-tac, tac-tac, se acercaba a otro jefe de escuadrón.
–¿Y-quién-sois-vos, paladín de Francia? –volvía a empezar.
–¡Oliveros de Viena, sire! –recalcaban los labios nada más levantar la rejilla del yelmo. Y así–: tres mil caballeros escogidos,
sietemil de tropa, veinte máquinas de asedio. Vencedor del pagano Fierabrás, por la gracia de Dios y para gloria de Carlos,
rey de los francos.
–Bien hecho, valiente... el vienés –decía Carlomagno, y, a
los oficiales del séquito–: flacuchos... esos caballos, aumentadles el forraje –y seguía adelante–: ¿y-quién-sois-vos, paladín de
Francia? –repetía, siempre con la misma cadencia: «Tatá-tatatá,tatatá-tatá...».
–¡Bernardo de Mompolier, sire! Vencedor de Brunamonte
y Galiferno.
–-¡Bella ciudad, Mompolier! ¡Ciudad de bellas mujeres! –y
al séquito–: veamos si lo ascendemos de grado –cosas todas
que dichas por el rey dan gusto, pero eran siempre las mismas
frases, desde hacía muchos años.
–¿Y-quién-sois-vos, con ese blasón que conozco? –Conocía a
todos por las armas que llevaban en elescudo, sin necesidad
de que le dijeran nada, pero la costumbre era que fueran ellos
los que descubrieran su nombre y su rostro. Quizá, porque si
no, alguien que tuviera algo mejor que hacer que pasar revista
habría podido mandar allí su armadura con otro dentro.
–Alardo de Dordoña, del duque Aymon...
–Buen chico, Alardo, ¿qué dice papá? –y así sucesivamente.
«Tatá-tatatá, tatatá-tatá...»–¡Gualfredo de Monjoie! ¡Ocho mil caballeros sin contar
los muertos!
Ondeaban las cimeras.
–¡Ugier el danés! ¡Namo de Baviera! ¡Palmerín de Inglaterra!
Caía la noche. Los rostros, entre el ventalle y la barbera, ya
no se distinguían nada bien. Cada palabra, cada gesto, eran ya

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previsibles, lo mismo que todo lo demás en aquella guerra que
duraba tantos años, cada enfrentamiento, cadaduelo, realizado siempre según las mismas reglas, de modo que se sabía ya
hoy quién vencería mañana, quién perdería, quién sería un
héroe, quién cobarde, a quién le tocaba quedar destripado y
quién se libraría al ser derribado con un culetazo en el suelo.
En las corazas, por la noche a la luz de las antorchas, los herreros martilleaban siempre las mismas abolladuras.
–¿Y vos? –El rey había...
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