La Niña Q Perdi En El Circo
juego y gracias a ella aprendí que pasando por lassucesivas etapas del ahogo, las toses y el asma,uno se puede llegar a morir de risa.Traje muchas de sus travesuras en misrodillas, y en mis piernas su torpeza con losárboles, y hasta se vino escondida entre rulitos,una horrible cicatriz de viruela. Cuandoladescubrí en mi frente, era ya muy tarde parasacarla y allí me quedó y envejeció conmigo.Conservo uno de sus juguetes, el que másquería. Aquella mutilada muñeca negra querescaté del lejano basurero una tardecita, despuésde asegurarme que no había husmeando ningúnespía. Le faltan dos o tres dedos, es cierto, y tienela nariz pelada a causa de un tonto accidente detrenes, que eran dos sillas de mimbresiamesas por la espalda. A pesar de todo, yo la sigo viendoentera y eso me basta.Mucho antes que Sor Margarita, ella fue mi primera maestra y yo apenas una alumnadesatenta. Desde la falda del abuelo me enseño a pelar el asado de tira como si fuera una banana ya soplar y soplar la sopa que a menudo llegabahirviendo, y a revolver rincones ocultos paradescubrir secretos. Y una cosa importante: quenoexiste mejor terapia contra los nervios, que elcomerse las uñas cuando se plantea la crisis.Comprobé cuán cierto era, tan relajante como un baño de agua tibia.En parte la niña fue cruel conmigo. Me obligóa traer en los oídos el reloj que golpeó su madurez prematura noche tras noche, en que la ausencia
del padre y el desvelado insomnio de la madre semedían con la repetición de las horas, yéstastardaban casi tanto en pasar como tardaba laangustia y se estiraba la espera. Aún me dañan losrelojes, se me clavan sus agujas…Juntas fabricamos ilusiones y azúcar con el polvo del ladrillo. En la última primavera vivimosel primer amor del niño de boina verde, queveíamos pasar con ambas manos agarradas de los barrotes de hierro. Y enterramos a “Ñata”, nuestra perra, en el lugar donde después crecióunacuriosa planta, que al anochecer soltaba unquejido rarísimo, muy similar a un ladrido.La niña ya no está conmigo. Estoy separada deella desde hace tiempo. Desde aquel verano en elcirco en que un fuerte dolor de barriga me metióde cabeza en la adolescencia. Su compañíainfantil me resultó de pronto tonta, intolerable,desabrida. No tuve más ganas de jugar con ella aldescanso ni a la tiquichuela ni alun-dos-tres-miro. Acabó por irritarme todo cuanto hacía odecía.Mis doce años llenos de expectativas nuevasla dejaron de lado, preocupados como estaban en pintarse los labios para inventar mejor los besoscon los actores de moda o en hablar de cosasadultas, no aptas para menores.Ella quizá percibió mi rechazo, por eso me diola espalda y un buen día se fue sin decir palabra.Al poco tiempo yo salí...
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