Lenguaje

Páginas: 17 (4016 palabras) Publicado: 23 de julio de 2013
Diogenes también
En cuanto a tiempo, en cuanto a distancia, lo que se dice el hecho material de transportarse de un lugar
a otro en el espacio, era ciertamente muy fácil para P. (como lo llamaba el Director de la escuela
cuando, fuertes nudillos, bigote tembloroso, lo reprendía) llegar hasta su casa. Y sin embargo, ¡tan
difícil! Y no; no es que fuera débil o enfermo. Aparte de unaimperceptible y poco molesta
deformación craneana era un niño como todos los demás.
Era el ambiente de su casa lo que le disgustaba; el aspecto no diré sombrío pero tampoco agradable de las
dos habitaciones; su oscuridad y el fino polvo que lo invadía todo, hasta su nariz, haciéndole consciente la
respiración; y algún mal olor indefinible, constante, que flotaba por todos los rincones; todo estoacompañado a la monótona insistencia de su madre: «Debes estudiar tus lecciones, debes estudiar,
debes», eran motivos suficientes para convertir en difícil y odiosa la simple tarea del regreso.
Notaba en cambio el alborozo, el contento de sus compañeros —ocho, nueve, once años—cuando
llegaba el momento en que todavía el sol bien alto abandonaban el viejo caserón de aulas estrechas y
lleno de maestros—ahora tan distantes, tan irreales— cuyos nombres olvidaba, o ha olvidado, tan
fácilmente como la precisa ubicación de mares de colores y ríos imposibles.
Mi casa —creo que ya lo dije—quedaba a unas pocas cuadras, tal vez cuatro y unos pasos más, de la
escuela. Tal vez cinco. No lo puedo decir con certeza, pues es inútil que trate de recordar alguna vez
en que haya hecho el recorridodirectamente. Solía yo entonces, lo acostumbraba, lo necesitaba,
como se desprende de los primeros párrafos de este relato, hacer un gran rodeo antes de llegar.
Al salir de clases me iba por lo general a los mercados, donde me extasiaba viendo las frutas amarillas
y rojas y oyendo —y aprendiendo— las bárbaras expresiones de las verduleras; o a los barrancos, en
los que se escuchan extraños y misteriososruidos justo a la hora en que el sol se pone; o, a veces, a
las iglesias, en las que había santos
(algunos mutilados. Nunca supe si así fueron en vida o si su manquedad se debía a efectos del tiempo
en el material de que estaban construidos) y santas que me inspiraban un natural terror, que todavía
siento.
Tenía como medida de tiempo esperar a que el sol se ocultara por completo antes deacercarme a mi
casa. La puerta estaba siempre abierta; mi madre la abría desde temprano —quizá no la cerraba
nunca— para que yo no interrumpiera con mi llamado su labor de crochet. No formaba parte de mis
conocimientos en esa época el hecho de que la hora de la caída del sol va variando de día en día. Por
esta razón, en junio, cuando los días se alargan y parece que no van a terminar nunca,llegaba tan
tarde que mi madre algunas veces, preocupada por lo que pudiera acontecerme, estaba
esperándome a la puerta.
Entonces me azotaba con un poco de furia y me clavaba las uñas en los brazos mientras me
reprendía. Pero a pesar de los golpes y de las reprimendas yo nunca entendí que el sol pudiera
atrasarse y seguía llegando tarde, en ocasiones con los pies llenos de barro y empapado por losinsultantes aguaceros del verano, que en mi país se llama invierno.
Fue durante unas vacaciones —ansiadas todo el año, pronto insoportables—cuando tuve
conciencia cabal de que en mi casa no marchaban muy bien las cosas.
Mi padre estaba ausente. Recordé, confirmé entonces, que se ausentaba con frecuencia. Y tuve la
sensación de que a pesar de que cuando no estaba, ella parecía más tranquila,mi madre —
¡imposible, imposible!—mentía un poco al asegurarme que él estaba trabajando en tal o cual
ciudad del interior, trabajando para traer muchas monedas de oro a la casa que —y esto sea dicho
sin afán de crítica— bien las necesitaba, por lo que yo podía entender. Yo preguntaba entonces
que cuándo iba a ser eso, y ella callaba, o hablaba de otra cosa, o me mandaba estudiar, o me...
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