Licenciatura En Traduccion
por más de un millón de personas de origen mexicano. A primera vista sorprende al viajero—
además de la pureza del cielo y de la fealdad de las dispersas y ostentosas construcciones— la
atmósfera vagamente mexicana de la ciudad, imposible de apresar con palabraso conceptos. Esta
mexicanidad —gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva— flota en el
aire. Y digo que flota porque no se mezcla ni sefunde con el otro mundo, el mundo norteamericano,
hecho de precisión y eficacia. Flota, pero no se opone; se balancea, impulsada por el viento, a veces
desgarrada como unanube, otras erguida como un cohete que asciende. Se arrastra, se pliega, se
expande, se contrae, duerme o sueña, hermosura harapienta. Flota: no acaba de ser, no acaba dedesaparecer.
Algo semejante ocurre con los mexicanos que uno encuentra en la calle. Aunque tengan muchos
1Nuestra historia reciente abunda en ejemplos de esta superposición y convivencia de diversos
niveles históricos: el neofeudalismo porfirista (uso este término en espera delhistoriador que
clasifique al fin en su originalidad nuestras etapas históricas) sirviéndose del positivismo, filosofía
burguesa, para justificarse históricamente; Caso yVasconcelos —iniciadores intelectuales de la
Revolución— utilizando las ideas de Boutroux y Bergson para combatir al positivismo porfirista; la
Educación Socialista en unpaís de incipiente capitalismo; los frescos revolucionarios en los muros
gubernamentales... Todas estas aparentes contradicciones exigen un nuevo examen de nuestra
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