Loquera
De rama en rama, el mono capuchino suele acompañar a los visitantes de los parques en sus recorridosmañaneros. Foto Google
Pasear por sus senderos de helechos y orquídeas, es toparse con el chiguire, el mono capuchino, la pereza de dos dedos, el mono araguato, el sapito minero, encontrando en laslagunas, cachamas en abundancia, aymaras, guabinas, payara y coporo.
Todo un estallido de colores y sonidos recreados acertadamente por el hacedor de parques Rafael Mendoza quien supo pincelar enLa Llovizna todo el amor desmedido que siente por la naturaleza, creando una variedad de jardines con especies autóctonas de la región y una serie de obras recreativas como el Teatro de Piedra.Esta “pequeña selva enclavada en Ciudad Guayana”, como le dice Mendoza, atrapa a sus visitantes liberándolos del ritmo acelerado de una ciudad en permanente progreso y, más aún, se erigiéndosecomo un ecosistema que, aunque intervenido por el hombre, es el mejor salón de clases para enseñar la importancia de conservar la rica diversidad de flora y fauna de nuestra región y valorar lariqueza hídrica del Caroní, antes de su desembocadura en el Orinoco.
Este encuentro de las aguas, como comúnmente se escucha decir en Ciudad Guayana, es un fenómeno natural digno de esos códigossilenciosos que el medio ambiente establece en su faena diaria de la creación. Un espectáculo tan asombroso, que hizo correr al explorador Walter Raleigh hasta la cima de las primeras colinasde las llanuras cercanas al río y contemplar “esa maravillosa escisión de las aguas que corren Caroní abajo”. Un regalo de la naturaleza, moldeado por el hombre, que merece ser conservado.
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