MARK ANTONY
—¡No me desprecies de ese modo! —le suplicó Narciso a la imagen—. Soy el que todos los demás aman en vano.
—¡En vano! —gritó Ecodesde el bosque con tristeza.
Una y otra vez Narciso se acercó a la laguna para abrazar al bello joven, y en cada ocasión, como si de unaburla se tratara, la imagen desaparecía. Narciso pasó horas, días y semanas contemplando el agua, sin comer ni dormir; tan solo murmuraba:—¡Hay de mí!
Pero las únicas palabras que le llegaban eran las de la infeliz Eco. Por último, su apesadumbrado corazón dejó de latir y quedófrío e inmóvil entre los lirios acuáticos. Los dioses se conmovieron ante la visión de tan bello cadáver y le transformaron en la flor que ahoralleva su nombre.
En cuanto a la pobre Eco, que había invocado semejante castigo en su frío corazón, no obtuvo de su oración nada sinodolor. Se consumió hasta que no quedó nada de ella excepto su voz; e incluso hoy en día solo se le deja decir la última palabra pronunciada.
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