Nada
¿Y eso era todo? ¿Una institución de caridad? (Se levanta digna.)
Muchas gracias, señor. No era una limosna lo que yo esperaba.
MAURICIO.
Calma, no se impaciente. No se trata del asilo y el pedazo de pan. Lo
que estamos ensayando aquí es una beneficencia pública para el
alma.
ISABEL.—(Se detiene.)
¿Para el alma?
MAURICIO.
De los males delcuerpo ya hay muchos que se ocupan. Pero ¿quién
ha pensado en los que se mueren sin un solo recuerdo hermoso? ¿En
los que no han visto realizado un sueño? ¿En los que no se han
sentido estremecidos nunca por un ramalazo de misterio y de fe? No
sé si empieza a ver claro.
ISABEL.
No sé. Por momentos creo que está hablando en serio, pero es tan
extraño todo. Parece una páginaarrancada de un libro.
MAURICIO.
Precisamente a eso iba yo. ¿Por qué encerrar siempre la poesía en los
libros y no llevarla al aire libre, a los jardines y a las calles? ¿Va
comprendiendo ahora?
ISABEL.
La idea, quizá. Lo que no entiendo es cómo puede realizarse todo
eso. MAURICIO.
Lo entenderá en seguida. ¿Recuerda aquel fantasma que se
apareció siete sábados en elCaserón de las Lilas?
ISABEL.
¿Cómo no, si fue en mi barrio? En mi taller no se habló de otra cosa
en tres meses.
MAURICIO.—(Interesado.)
¿Y qué se decía en su taller?
ISABEL.
De todo: unos, que alucinaciones, otros, que lo habían visto con sus
propios ojos. Muchos se reían, pero un poco nerviosos. Y por la noche
se recordaban esas viejas historias de almas en pena.MAURICIO.
En pena, ¡pero de almas! Un barrio de comerciantes, donde nunca se
había hablado más que de números, estuvo tres meses hablando del
alma. Ahí tiene el ramalazo del misterio.
ISABEL.
¡Pero no es posible! ¡Usted no puede creer que aquel fantasma se
apareció en verdad!
MAURICIO.
¡Y cómo no voy a creerlo si era yo! (Isabel se levanta de un salto.)
ISABEL.
¿Usted?MAURICIO.—(Ríe.)
Por favor, no empecemos otra vez. Le juro que estoy hablando en
serio. ¿No cree que sembrar una inquietud o una ilusión sea una labor
tan digna por lo menos como sembrar trigo?
ISABEL.
Sinceramente, no. Creo que puede ser un juego divertido, pero no
veo de qué manera puede ser útil.
MAURICIO.
¿No...? (La mira fijo un momento. Baja el tono.) Dígame¿estaría
usted aquí ahora si yo no hubiera "jugado" anoche?
ISABEL.—(Vacila turbada.)
Perdón. (Vuelve a sentarse.)MAURICIO.
Si viera nuestros archivos se asombraría de lo que puede conseguirse
con un poco de fantasía... y contando, naturalmente, con la fantasía
de los demás.
ISABEL.
Debe ser un trabajo bien difícil. ¿Tienen éxito siempre?
MAURICIO.
También hemos tenidonuestros fracasos. Por ejemplo: una tarde
desapareció un niño en un parque público mientras la niñera hablaba
con un sargento... Al día siguiente desaparecía otro niño mientras la
mademoiselle hacía su tricota. Y poco después, otro, y otro, y otro...
¿Recuerda el terror que se apoderó de toda la ciudad?
ISABEL.
¿También era usted el ladrón de niños?
MAURICIO.
Naturalmente.Eso sí, nunca estuvieron mejor atendidos que en esta
casa.
ISABEL.
Pero ¿qué es lo que se proponía?
MAURICIO.
Cosas del pedagogo. Realmente era una pena ver a aquellas criaturas
siempre abandonadas en manos extrañas. ¿Dónde estaban los
padres? Ellos en sus tertulias, ellas en sus fiestas sociales y en sus
tés. Era lógico que al producirse el pánico se aferrarandesesperadamente a sus hijos ¿verdad? ¡Desde mañana todos juntos
al parque!
ISABEL.
¿Y no resultó?
MAURICIO.
Todo al revés de como estaba calculado. El pánico se produjo, pero
los padres siguieron en sus tertulias, las madres en sus tés ¡y los
pobres chicos en casa, encerrados con llave! Un fracaso total.
ISABEL.
¡Qué lástima! Era una bonita idea.
MAURICIO.
No volverá a...
Regístrate para leer el documento completo.