Ojala fuera cierto
OJALÁ FUERA CIERTO
**Marc Levy**
Traducción de Teresa Clavel
Marc Levy Ojalá fuera Cierto Título original: Et si cʹétait vrai... Traducción: Teresa Clavel 1.a edición: septiembre 2000 © Éditions Robert Laffont, S.A., París, 2000 © Ediciones B, S.A., 2000 Bailen, 84 ‐ 08009 Barcelona (España) www. edicionesb, com Printed ín Spain ISBN: 84‐406‐9685‐X Depósito legal: BI. 1.837‐2000 Impreso por GRAFO, S.A. – Bilbao Edición digital Adrastea, Enero de 2006. Esto es una copia de seguridad de mi libro original en papel, para mi uso personal. El amigo a quien acabo de prestarlo estará obligado a destruirlo una vez lo haya leído, no pudiendo hacerse, en ningún caso, difusión ni uso comercial del mismo.
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Marc Levy Ojalá fuera Cierto A Louis 1 Verano de 1996 Acababa de sonar el pequeño despertador que había sobre la mesita de noche de madera clara. Eran las cinco y media, y una luz dorada que sólo esparcen los amaneceres de San Francisco bañaba la habitación. Toda la familia dormía: Kali, la perra, tendida al pie de la cama, sobre la alfombra, y Lauren, enterrada bajo el edredón, en el centro de la gran cama. El apartamento de Lauren sorprendía por la ternura que emanaba. Estaba situado en el primer piso de una casa victoriana de Green Street y se componía de un salón con cocina americana, un amplio dormitorio, un vestidor y un enorme cuarto de baño con ventana. El suelo era de tablas de madera alargadas de color tostado, excepto en el cuarto de baño, donde estaban pintadas de blanco alternando con pequeños cuadrados en negro. Las paredes, blancas, estaban decoradas con dibujos chinos antiguos adquiridos en las galerías de Union Street, y una moldura de marquetería finamente cincelada por las manos de un hábil ebanista de principios de siglo, que Lauren había barnizado en un tono caramelo, bordeaba el techo. Unas alfombras de coco ribeteadas de yute beis delimitaban los espacios del salón, el comedor y la chimenea. Frente al hogar, un gran sofá tapizado en algodón crudo invitaba a arrellanarse. Los escasos muebles dispersos estaban dominados por preciosas lámparas con pantallas plisadas, que había ido adquiriendo a lo largo de los tres últimos años. La noche había sido muy corta. La guardia de Lauren, doctora interna en el San Francisco Memorial Hospital, se había prolongado mucho más de las veinticuatro horas habituales debido a la llegada, a última hora, de las víctimas de un gran incendio. Las primeras ambulancias habían llegado a urgencias diez minutos antes del relevo y Lauren había comenzado a enviar a los heridos a las diferentes salas de preparación, ante la mirada desesperada de sus compañeros. Con una metodología de virtuoso, auscultaba en unos minutos a cada paciente, le asignaba una etiqueta del color correspondiente a la gravedad de su estado, redactaba un diagnóstico preliminar, ordenaba las primeras pruebas y enviaba a los camilleros a la sala apropiada. La clasificación de las dieciséis personas desembarcadas entre las doce y las doce y cuarto de la noche terminó a las doce y media en punto, y los cirujanos cuya presencia se había requerido pudieron comenzar las primeras operaciones de aquella larga noche a la una menos cuarto. Lauren había asistido al doctor Fernstein en dos intervenciones seguidas y no regresó a casa hasta que recibió la orden expresa del médico, quien la convenció ‐ 3 ‐
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