Profesor De Lengua Y Literatura

Páginas: 66 (16366 palabras) Publicado: 18 de diciembre de 2012
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Aún no había comenzado a clarear cuando la señorita Leonides Arrufat salió de su casa.
No se veía un alma en la calle.
La señorita Leonides caminó pegada a las paredes, los ojos bajos, el cuerpo tieso, el paso enérgico y casi marcial, como conviene que camine a esas horas una mujer sola si además es honesta y por añadidura soltera, aunque tenga cincuenta y ocho años.Porque nunca se sabe.
(Pero, ¿quién se hubiera atrevido a abordarla? Vestida toda de negro, de pies a cabeza, en la cabeza un litúrgico sombrero en forma de turbante, al brazo una cartera que semejaba un enorme higo podrido, la figura alta y enteca de la señorita Leonides cobraba, entre las sombras, un vago aire religioso. Se la hubiera podido confundir con un pope que al abrigo de la noche huíade alguna roja matanza, si la sonrisa que le distendía los labios no mostrase que, por lo contrario, aquel pope corría a oficiar sus ritos).
Marchaba tan de prisa que las rodillas, filosas y puntiagudas, golpeteaban en la falda del vestido, en el ruedo del tapado, y vestido y tapado le bailaban alrededor de las piernas como una agua revuelta en la que chapotease, y de cuyas salpicadurasparecía querer salvar el ramito de hojas y de flores que sostenía reverentemente con ambas manos a la altura del pecho.
Al llegar a la casa de aquel niño paralítico que una vez le había sonreído depositó sobre el umbral de la puerta de calle una flor de pasionaria, inclinó la frente, y en voz alta rezó: “Oh, Señor, a cuya voluntad corren los momentos de nuestra vida, acoge las ruegos y ofrendas detus siervos, que te imploran por la salud de los enfermos, y sánalos de todo mal”.
Siguió caminando.
En el balcón de la casa de Ruth, Edith y Judith Dobransky puso una rama de vincapervinca atada con una cinta rosa, y oró: “Que el Dios de Israel sea el tabernáculo de tu virginidad, oh doncella, y te salve de las tentaciones de la serpiente”.
Siguió caminando.
Arrojó tres hojasde cineraria en el jardín de un chalet frente al cual, varios días antes, había visto detenido un cortejo fúnebre, y en un intrépido latín musitó: “Requiem ae ternam dona eis, Domine, y lux perpetua luceat eis”.
Siguió caminando.
Ahora le llegaría el turno a Natividad González. A esa mujerzuela le dejaba diariamente, desde hacía meses, una ostentosa rama de ortiga. La señorita Leonidestenía decidido que la rama de ortiga fuese como una esquela donde, sin usar malas palabras pero con todos sus puntos y comas, se invitara a la destinataria a mudarse de barrio. Pero Natividad González parecía ser analfabeta al idioma de la ortiga y no se mudaba nada. De modo que la señorita Leonides se veía en la penosa obligación de insistir en sus urticantes intimaciones de desalojo.
Perocuando aquella mañana se detuvo frente a la casa de Natividad, cuando abrió la cartera y, conteniendo la respiración (a fin de volverse inmune al veneno de la ortiga), extrajo su mensaje; cuando iba a colocarlo sobre el umbral, un rayo cayó sobre ella y la fulminó. El rayo era Natividad.
La cual Natividad, con cara de no haber dormido, con cara de haber estado toda la noche en acecho, pálida ydespeinada, se plantó frente a la señorita Leonides y se puso a insultarla clamorosa y concienzudamente. La llamó con nombres erizados de erres y de pes como de vidrios rotos, le adjudicó imprevistos parentescos, le atribuyó profesiones a las que se suele calificar ya de tristes, ya de alegres; la apostrofó como los peores pecadores seremos apostrados el Día del juicio, y, en fin, la exhortó aperpetrar con la pobre ortiga los más heroicos y los menos vulgares usos y abusos. Se hubiera dicho que Natividad se había multiplicado por ciento y que las cien Natividades chillaban todas juntas. ¿De dónde sacaría aquella mujer tantas palabras? La señorita Leonides tuvo la aterradora sensación de una lava volcánica que avanzaba hacia ella y en la que, si no escapaba a tiempo, quedaría atrapada...
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