Roberto Fontanarrosa La Observaci N D Hellip
La
observación
de
pájaros
Roberto Fontanarrosa
los
Uno abre la puerta y sale a la calle con un infierno escarbándole las entrañas. Afuera, la siesta del
domingo transcurre silenciosa y quieta, como si no pasara nada. Y no pasa nada, hermano, no pasa
nada. Si después de todo, es apenas un partido más. Un partido más entre los miles de partidos que
han jugado los clásicos equipos rosarinos. ¿O acaso uno piensa o alguien se acuerda de cómo salieron
en el primer partido del año 75? ¿O en el segundo? Ni uno mismo lo sabe. Ni se acuerda. Son
emociones momentáneas, pasajeras. Intensas pero fugaces. Un dolor profundo, una alegría
enceguecedora pero que al día siguiente se va, desaparece sin dejar huellas físicas visibles, como la
varicela. Seguro que no hay casi nadie en la cancha. Casi vacío el Parque. Mañana dirá el diario que
el partido concitó poco público. Que la campaña irregular de los sempiternos rivales, la promesa de un
mal partido y la amenaza de un nuevo empate alejó a las parcialidades, por supuesto. No tiene
importancia el partido. Si se pierde, habrá un chisporroteo urticante durante un rato, alguna carcajada
extemporánea, una mirada sobradora, pero nada más. Nada más. Pero será un empate. Quedan 45
minutos apenas, si es que ya ha empezado el segundo tiempo. 45 minutos. Pero ¿cómo es posible que
tarden tanto en pasar 45 minutos? ¿Cómo puede ser que se transformen en una eternidad inacabable?
La cosa es no mirar el reloj. No mirarlo nunca. Entonces, de pronto, cuando uno en un reflejo natural y
entendible de animal urbano mira el cuadrante, ya han pasado 40 minutos o 43, no queda nada. Dos
minutos apenas, un suspiro, una minucia de tiempo, un preámbulo mísero al gesto altivo del árbitro que
levanta la mano derecha y muestra a los jugadores, a la tribuna y al mundo que adiciona dos minutos
solamente, que le importa un carajo que haya habido ocho de demora por choques y turbamultas y que
está dispuesto a cortar el clásico lo antes posible con la tranquilidad de haber sacado el partido sin
problemas mayores ni expulsiones injustas. Es así. Pero lo más jodido son los primeros 20 del segundo
tiempo, eso es lo jodido, uno cavila. Allí todavía los equipos quieren llevarse los dos puntos y el local
especialmente, carajo, se lanzará al ataque obligado por su condición de dueño de casa. ¡Y los
nuestros son tan boludos que siempre se desconcentran en los primeros minutos! Entran dormidos, no
encuentran las marcas, les meten goles imbéciles tras un rebote. Goles boludos... ¿Qué es eso? ¿Qué
es eso? ¡Un bocinazo! ¡Hay un gol! ¡Alguien festeja! Si se escucha otra bocina no quedan dudas, ya
se celebra... Pero no hay nada. Vuelve el silencio. Uno camina y percibe un golpeteo sordo, un
tamtam opresivo desde el lado de adentro del pecho. La boca pastosa ¿cómo mierda pueden tardar
tanto en pasar 45 minutos? Si uno va a comer por ejemplo, o a tomar un café y está allí, al pedo,
charlando, mirando a la gente, distraído y de pronto cuando mira el reloj, ya se le ha pasado más de
una hora. ¿Cómo es posible esa diferencia de densidad en el tiempo? Es más, hace muy poco, digamos
ayer sin ir más lejos, uno estaba en el patio de su casa jugando a los soldaditos y ahora, de golpe y
porrazo, ya tiene la edad que tiene y se le ha caído el pelo de la cabeza. Hace horas prácticamente, se
reunía con los compañeros de la secundaria festejando la finalización del quinto año, estrecha la mano
de Podestá, jodía ...
Regístrate para leer el documento completo.