San Manuel Bueno Martir

Páginas: 51 (12505 palabras) Publicado: 17 de enero de 2013
SAN MANUEL BUENO, MARTIR


Si sólo en esta vida esperamos en Cristo, somos 105 más miserables de los hombres todos.
(San Pablo: 1 Corintios, XV, 19.)

Ahora que el obispo de la diócesis de Renada, a la que per-tenece esta mi querida aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se dice promoviendo el proceso para la beatificación de nuestro Don Manuel, o mejor San Manuel Bueno, que fue enésta párroco, quiero dejar aquí consignado, a modo de confe-sión y sólo Dios sabe, que no yo, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo de aquel varón patriarcal que llenó toda la más entrañada vida de mi alma, que fue mi verdadero padre espiri-tual, el padre de mi espíritu, el mío, el de Angela Carballino.
Al otro, a mi padre carnal y temporal, apenas si le co-nocí, pues se me murió siendo yo muyniña. Sé que había llegado de forastero a nuestra Valverde de Lucerna, que aquí arraigó al casarse aquí con mi madre. Trajo consigo unos cuantos libros, el Quijote, obras de teatro clásico, algunas novelas, historias, el Bertoldo, todo revuelto, y de esos libros, los únicos casi que había en toda la aldea, devoré yo ensueños siendo niña. Mi buena madre apenas si me contaba hechos o dichos de mipadre. Los de Don Manuel, a quien, como todo el pueblo, adoraba, de quien estaba enamorada -claro que castísimamente-, le habían borrado el recuerdo de los de su marido. A quien encomendaba a Dios, y fervorosamente, cada día al rezar el rosario.
De nuestro Don Manuel me acuerdo como si fuese de cosa de ayer, siendo yo niña, a mis diez años, antes de que me lleva-ran al Colegio de Religiosas de laciudad catedralicia de Renada. Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años. Era alto, delgado, erguido; llevaba la cabeza como nues-tra Peña del Buitre lleva su cresta, y había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago. Se llevaba las miradas de todos y tras ellos los corazones, y él al mirarnos parecía, traspasando la carne como un cristal, mirarnos al corazón. Todos lequeríamos, pero sobre todo los niños. ¡Qué cosas nos decía! Eran cosas, no palabras. Empezaba el pueblo a olerle la santidad; se sentía Heno y embriagado de su aroma.
Entonces fue cuando mi hermano Lázaro, que estaba en América, de donde nos mandaba regularmente dinero, con que vivíamos con decorosa holgura, hizo que mi madre me man-dase al Colegio de Religiosas, a que se completara fuera de laaldea mi educación, y esto aunque a él, a Lázaro, no le hiciesen mucha gracia las monjas. «Pero como ahí -nos escribía- no hay hasta ahora, que yo sepa, colegios laicos y progresivos, y menos para señoritas, hay que atenerse a lo que haya. Lo importante es que Angelita se pula y que no siga entre esas zafias aldeanas.» Y entré en el colegio, pen-sando en un principio hacerme en él maestra, pero luegose me atragantó la pedagogía.


En el colegio conocí a niñas de la ciudad e intimé con algu-nas de ellas. Pero seguía atenta a las cosas y a las gentes de nuestra aldea, de la que recibía frecuentes noticias y tal vez alguna visita. Y hasta al colegio llegaba la fama de nuestro párroco, de quien empezaba a hablarse en la ciudad episcopal. Las monjas no hacían sino interrogarme respecto a él.Desde muy niña, alimenté, no sé bien cómo, curiosidades, preocupaciones e inquietudes, debidas, en parte al menos, a aquel revoltijo de libros de mi padre, y todo ello se me medró en el colegio, en el trato, sobre todo, con una compañera que se me aficionó desmedidamente y que unas veces me proponía que entrásemos juntas a la vez en un mismo convento, jurán-donos, y hasta firmando el juramento connuestra sangre, her-mandad perpetua, y otras veces me hablaba, con los ojos semi-cerrados, de novios y de aventuras matrimoniales. Por cierto que no he vuelto a saber de ella ni de su suerte. Y eso que cuando se hablaba de nuestro Don Manuel, o cuando mi madre me decía algo de él en sus cartas -y era en casi todas-, que yo leía a mi amiga, ésta exclamaba como en arrobo:
~ ¡Qué suerte, chica,...
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