Tulio Manuel Estero
Líquida hiena de amor ladrona. Fluvial pantera que en mi jaula humana
mientras yo duermo me vigila el nombre.
Manuel del Cabral
Esa tarde laestación de tren Columbus Circle, de Nueva York, estaba tan abarrotada que permanecí varios mi-
nutos atrapado en las escaleras de acceso a la plataforma de la ruta de la Octava Avenida, sin poder avanzar un
solo paso.
Desde el lugar donde me quedé varado divisé a una mujer mirando hacia todos lados, como buscando a al-guien
entre la multitud. Aparentaba unos veinte y cinco años de edad yllevaba una blusa roja muy atractiva. Duran-te el
tiempo que la estuve observando, per-maneció discretamente apoyada en una viga de hierro cerca de la ca-seta
de venta de perió-dicos, revistas y dulces variados, ubicada en el centro de la plataforma.
Luego de algunos disimulados empujones salí de la escalera y caminé hasta el nivel superior de la estación para
tomar un tren de la rutaBroadway, que también me dejaba cerca de mi casa; pero cuando llegué al nivel superior
allí estaba ella, apoyada en la viga más cercana a la caseta de venta de periódicos, revistas y dulces variados del
nivel superior.
No presté mucha atención al cambio de lugar, generalmente la gente va de un lado a otro mientras espera el tren.
Lo que sí advertí inmediatamente fue la fosforescencia de suspupilas, provocada por la luz amarillenta de la
estación y el tenue verde de la columna de hierro donde descansaba su espalda. Pero lo más sorprendente era
el parecido físico de ella a un retrato que adornaba la sala de mi apartamento, el cual había adquirido cuatro años
atrás en un mercado de pulgas localizado en Webster Avenue, en el Bronx.
Cuando llegó el tren, me uní al grupo que hacíalo posible por no esperar el siguiente viaje. Segundos después
éste se puso en mar-cha, dejando a la mujer en la estación confundida entre quienes no tenían mucha prisa en
llegar a sus hogares. Apenas abandonada la plataforma, el operador del tren anunció por los altoparlantes que
por inconvenientes mecánicos debíamos bajarnos en la próxima pa-rada. Al descender lo primero en aparecer frente a mí fue la mujer a quien creí haber dejado en Columbus Circle.
Traté de ser indiferente, caminé hasta un teléfono público y me colo-qué el auricular en la oreja izquierda simu-
lando hablar con a-lguien, pero ella, como adivinando mi comportamiento evasivo, me siguió sin el más mínimo
disimulo. Llegó hasta donde estaba yo, acercándoseme a tal extremo que su respiración rebotó en micara.
Comencé a sentirme extraño y perseguido.
—Perdona que te haya estado mirando con tanta insistencia —me dijo, sin titubear.
—No importa, no me había dado cuenta.
Le mentí, mas su sarcástica sonrisa me hizo sentir delata-do. Ella sa-bía que le estaba mintiendo.
—Eres muy parecido a mi esposo. Ojalá tuviera una fotografía de él para mostrártela —dijo mientras simulaba
abrir lacerradura de la cartera.
Abordamos el tren en la calle 96 esquina Broadway y durante los veinte minutos del trayecto hasta mi casa, no
me permitió hablar ni una sola palabra. Me preguntó cuanto quería saber de mi persona y me repitió, en varias
ocasiones, que se había acercado a mí motivada por un extraño impulso...
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