artes visuales
El arte ha muerto. Sus movimientos actuales no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las
agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones reflejas de
un cadáver sometido a una fuerza galvánica.
Existen visiones filosóficas de la historia que permite, e incluso demandan, una especulación sobre
el futuro delarte. Dicha especulación tiene que ver con la pregunta de si el arte tiene futuro, y debe
distinguirse de aquella que sólo se interroga sobre las características del arte venidero,
presuponiendo su continuidad. En realidad, esta última especulación resulta en cierto modo más
problemática, debido a las dificultades que surgen al intentar imaginar cómo serán las obras de arte
futuras o cómo seránapreciadas. Piénsese simplemente en lo difícil que debía de resultar en 1865
predecir las formas de la pintura postimpresionista, o anticipar en 1910 que, sólo cinco años más
tarde, fuera a existir una obra como In Advance of the Broken Arm, de Duchamp, que, pese a su
aceptación como obra de arte, no dejaba de ser una pala de nieve bastante corriente. Ejemplos
comparables se presentan en elresto de las artes, especialmente a medida que nos acercamos a
nuestro propio siglo, en el que ciertas experiencias en el campo de la música, la poesía y la danza,
conjuntos de sonidos, palabras o movimientos, no pudieron percibirse como arte por carecer de
precedentes en épocas anteriores. El artista visionario Albert Robida comenzó a publicar en 1882 la
serie titulada Le vingtième siècle, conla que pretendía reflejar cómo sería el mundo en 1952.
Aunque en ella aparecen numerosas maravillas venideras (la téléphonoscope, la televisión,
máquinas voladoras, metrópolis submarinas), la forma en que se manifiesta gran parte de lo que se
muestra hace que las imágenes en sí remitan inequívocamente a la época en que fueron creadas.
Robida imaginó que habría restaurantes en el cielo a losque los clientes llegarían en vehículos
voladores, pero estos comedores que se aventura a prever presentan elementos ornamentales en
hierro del tipo que relacionamos con Les Halles y la Gare de St. Lazare, y se parecen bastante a los
barcos de vapor que surcaban el Misisipí por aquellas fechas, tanto en sus proporciones como en su
calado decorativo. Son frecuentados por caballeros con sombrerosde copa y damas vestidas con
polisones, son atendidos por camareros que visten grandes delantales de la Belle Époque, y cuelgan
de globos que reconocería Montgolfier. Podemos estar seguros de que si Robida hubiera
representado un museo de arte submarino, las obras más avanzadas que habría en su interior serían,
si acaso, pinturas impresionistas. Las obras de Pollock, De Kooning, Gottlieb yKlein que en 1952
se exponían en las galerías más vanguardistas habrían resultado inimaginables en 1882. Nada
pertenece tanto a su propio tiempo como la incursión de una época en su futuro: Buck Rogers lleva
al siglo xxi los lenguajes decorativos de la década de 1930, y hace suyos hoy el Rockefeller Center
y el automóvil Ford; las novelas de ciencia ficción de la década de 1950 proyectan a mundosdistantes la moral sexual de la era Eisenhower, así como el dry martini, y los tecnológicos trajes que
visten sus astronautas proceden de las camiserías de dicha era. Si nosotros representáramos una
galería de arte interplanetaria, en ella se expondrían obras que, por muy novedosas que parecieran,
formarían parte de la historia del arte de la época en que existían tales galerías, de igualmodo que la
ropa con que vestiríamos a los espectadores remitiría a la reciente historia del traje.
Aunque nos parezca una ventana a través de la cual puede verse lo que vendrá, el futuro es una
especie de espejo que sólo puede mostrar nuestro propio reflejo. La maravillosa afirmación de
Leonardo de que «ogni dipintore dipinge se» implica una involuntaria limitación histórica, tal como
se...
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