CRONICA DEL PAJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO
QUE DA CUERDA AL MUNDO
HARUKI MURAKAMI
CRÓNICA DEL PÁJARO
QUE DA CUERA AL MUNDO
Traducido del japonés por Lourdes Porta y Junichi Matsuura
1ª edición: mayo 2001
Primera parte
La gazza ladra
De junio a julio de 1984
1
El martes del pájaro-que-da-cuerda
Sobre los cuatro dedos y los seis pechos
Cuando sonó el teléfono, estaba en la cocina con una ollade espaguetis al
fuego. Iba silbando la obertura de La gazza ladra, de Rossini, al compás de la radio, una
emisión en FM. Una música idónea para cocer la pasta.
Al oír el teléfono, tuve la tentación de ignorarlo. Los espaguetis ya estaban casi
listos y, además, en aquel preciso instante, Claudio Abbado conducía la orquesta
filarmónica de Londres hacia el clímax musical. Sin embargo, quéremedio, bajé el gas,
fui a la sala de estar y colgué el auricular. Pensé que podía tratarse de algún conocido
que me llamaba para hablarme de un trabajo.
—Diez minutos, dame diez minutos —dijo sin preámbulos una mujer. Soy
bastante bueno reconociendo las voces, y aquélla no la había oído nunca.
—Perdone, ¿por quién pregunta? —dije educadamente.
—Pues por ti. Con diez minutos tengo bastante,dame diez minutos. Y así
podremos entendernos bien —contestó la mujer. Su voz era suave y profunda,
indefinible.
—¿Entendernos?
—Sí, entendernos el uno al otro.
Alargué el cuello a través de la puerta y atisbé dentro de la cocina. Un vapor
blanco se alzaba de la olla de espaguetis y Abbado seguía dirigiendo La gazza ladra.
—Lo siento, pero tengo una olla de espaguetis al fuego. ¿Puedes llamarmás
tarde?
—¿Espaguetis? —dijo la mujer con perplejidad—. ¿Espaguetis a las diez y
media de la mañana?
—Eso no es de tu incumbencia. Como lo que quiero y a la hora que quiero —
contesté un poco enojado.
—Sí, claro. Tienes razón —dijo la mujer con voz seca, inexpresiva. Un pequeño
cambio de humor le había hecho variar completamente el tono de la voz—: Muy bien,
de acuerdo. Te llamaré mástarde.
—Espera, un momento —dije de manera precipitada—. Si se trata de vender
algo, por más que llames, será inútil. Estoy sin trabajo y no me sobra el dinero.
—Ya lo sé. No te preocupes.
—¿Que ya lo sabes? ¿Qué es lo que sabes?
—Que estás sin trabajo. Eso ya lo sé. Y ahora vete con tus preciosos
espaguetis.
«Pero ¿tú de qué vas?», iba a decirle cuando colgó. Fue una manera de cortar
muybrusca.
Permanecí unos instantes con el auricular en la mano, completamente
desconcertado, mirándolo, pero me acordé de los espaguetis y volví a la cocina.
Apagué el fuego y vacié la olla en el colador. Por culpa de la llamada ya no estaban al
dente, pero no era tan grave.
¿Entendernos? Mientras me comía los espaguetis, reflexioné. ¿Entendernos el
uno al otro en diez minutos? No comprendíaqué había querido decir la mujer. Quizá
se tratara de alguna broma. O quizá fuera una nueva técnica dé ventas. En cualquier
caso, no era algo que me importara.
Pese a todo, tras volver al sofá de la sala de estar, mientras leía un libro prestado
de la biblioteca lanzando miradas furtivas al teléfono, empezó a darme vueltas por la
cabeza la frase que había dicho la mujer: «Podremos entendernosel uno al otro en
diez minutos». En diez minutos, ¿cómo diablos se supone que podemos entendernos?
Pensándolo bien, desde el principio la mujer había fijado claramente el tiempo en diez
minutos. Y la mujer parecía convencida al limitar así el tiempo. Como si nueve
minutos fueran demasiado cortos y once demasiado largos. Justo como los espaguetis
al dente.
Reflexionando sobre esto, se mequitaron las ganas de leer. Decidí que lo mejor
sería planchar camisas. Siempre lo hago cuando me siento confuso. Es una vieja
costumbre. Mi método se descompone en un total de doce pasos. Primero el cuello
(anverso) —primer paso—, y termino por el puño de la manga izquierda —el
duodécimo—. Plancho siguiendo estrictamente el orden establecido mientras cuento
los pasos uno a uno. Si no lo hago...
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