Hale Deborah La Bella Y El Bar N
La bella y el barón
Deborah Hale
Uno
Northamptonshire, Inglaterra, 1818
- ¿A quién se le ha ocurrido echar las cortinas haciendo un día tan precioso? -exclamó Angela Lacewood al entrar como un torbellino en el salón de Netherstowe con el sombrero colgando a la espalda y un par de gruesos guantes en una mano-. ¡Esto parece una tumba!
Estaba trabajando en el jardín, disfrutando delmaravilloso sol de últimos de mayo, cuando el mayordomo había salido a avisarla de que tenía una visita inesperada.
Era difícil imaginarse por qué alguien vendría a visitarla estando el resto de la familia de viaje por el extranjero, aunque a decir verdad, tampoco le importaba demasiado. Acabaría cuanto antes para volver a su intimidad.
Al atravesar la habitación para descorrer las cortinas, con losojos aún incapaces de ver en aquella oscuridad, una voz profunda y masculina surgió de las sombras como si fuese un pie queriendo ponerle la zancadilla.
- ¡Deje esas cortinas como están! Las he corrido yo y quiero que se queden así hasta que me vaya.
La brusquedad de la orden le hizo soltar los guantes y acercarse demasiado al escabel favorito de su tía, de modo que el pie le quedó enganchado enuna pata y cayó al suelo.
O así habría ocurrido si unos brazos fuertes que se desplegaron en la oscuridad no la hubieran sujetado.
- Le ruego me perdone. No pretendía asustarla.
Era evidente que la voz pertenecía al dueño de aquellos brazos, ya que le llegó al oído izquierdo desde una distancia tan íntima que bien podría haber sido un beso. ¿Pero cómo podía ser aquella voz, suave y rica enmatices, la misma que con su aspereza la había asustado tanto que había terminado haciendo el ridículo?
Aunque, bien pensado, quizás tuviesen algo en común. Las dos hacían palpitar más rápido el corazón y le aceleraban la respiración, aunque por motivos totalmente distintos.
- ¿Quién... quién es usted, y por qué ha venido a Netherstowe?
Apenas había formulado las preguntas cuando creyó tener respuestapara la primera. El pulso se le aceleró aún más, aunque no podría decir si era por miedo o por otro motivo distinto.
El desconocido la soltó, pero Angela tuvo tiempo de sentir su cálida respiración en el cuello y cierta desgana a la hora de soltarla. ¿O sería ella la que no quería desprenderse del primer abrazo que recibía de un hombre?
Aunque ese hombre pudiera ser el diablo en persona.
- LordLucius Daventry, señorita Lacewood -se presentó con una leve inclinación-. A sus pies.
Puede que no fuese el mismo diablo, pero lo más parecido a él que una se podía encontrar en el aburrido Northamptonshire. Aun estando tan aislada de la buena sociedad de Londres, Angela sabía que a su visitante se le conocía por el sobrenombre de lord Lucifer. Y últimamente, incluso la gente del condado serefería a él por su sobrenombre, aunque nunca en su presencia, por supuesto.
- Le ruego me disculpe por haberla asustado y por tomarme la libertad de disponer de su salón -señaló a la ventana-. Mis ojos son muy sensibles a la luz.
¿Sería esa la razón por la que apenas salía durante el día? Desde luego, los rumores daban cuenta de razones mucho más siniestras.
Los ojos de Angela ya se habían acostumbradolo suficiente a la oscuridad como para poder distinguir a su invitado y la máscara que le confería a Lucius Daventry el aspecto diabólico que encajaba con su apodo: un gran parche de cuero negro ocultaba la parte superior de su rostro, desde el pómulo hasta la sien, y en su centro una abertura para permitir la visión del ojo izquierdo.
¿Serían solo sus ojos los que no le permitieran salir a laluz del día, o tendría su orgullo algo que ver? Antes de la batalla de Waterloo, aquel hombre era considerado uno de los solteros más guapos de toda Bretaña, y aunque ella tenía muy poca experiencia para poder comparar, estaba convencida de que esa reputación no le hacía justicia.
- ¿A qué debo el honor de su visita, señor? Lord y lady Bulwick y mis primos se marcharon ayer de viaje al...
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