Mark
Hebert Gatto
Pese a constituir un tópico recurrente de la vida cotidiana y merecer desde siempre un importante esfuerzo teórico, las relaciones entre política ymoral no son un tema de abordaje sencillo. Prueba de ello es el que frente al actual y generalizado clamor por la moralización de la política, no se advierta que sin las debidas matizacionesese reclamo podría facilmente conducir a un dirigismo ético de carácter totalitario. Es decir a un Estado que alegando razones de salud pública impusiera coactivamente a sus ciudadanos unadeterminada moral cívica, social, sexual o religiosa, conculcando sus libertades en estos terrenos.
Un modo de actuar que desvirtúa lo específico de la moral que radica en lavoluntariedad del cumplimiento de sus reglas y, por consiguiente, en la pluralidad de sus manifestaciones. Características antitéticas con las que conforman el mundo jurídico, que protege susmandatos generales con la amenaza de la sanción externa.
De allí la necesidad de que la moral surja espontaneamente de la sociedad y desde ese origen mantenga su independencia, su diversidady su función de control social respecto a áreas más institucionalizadas como el derecho. Todo ello impone la necesidad de examinar con cuidado cuales son los puntos de contacto legítimosentre ambos cuerpos normativos, especialmente si se pretende respetar lo propio de cada uno. Un tema donde entra en juego la evolución de la conciencia moral de la humanidad y la autonomíade la política y del derecho como prácticas o subsistemas sociales específicos (institucionalmente separados, luego de un largo proceso histórico de secularización), de la moralconvencional. Pero que a su vez supone también encarar el tema de la existencia o inexistencia de límites éticos, y en caso afirmativo de qué carácter, en el accionar de los sistemas políticos.
Regístrate para leer el documento completo.