Carta de jamaica
Muy señor mío: Me apresuro a contestar la carta de 29 del mes pasado que usted me hizo el honor de dirigirme, y yo recibí con la mayor satisfacción. Sensible como debo, al interés que usted ha querido tomar por la suerte de mi patria, a�igiéndose con ella por los tormentos que padece desde su descubrimiento hasta estos últimos períodos, por parte de sus destructores los españoles, no siento menos el com
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Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla
prometimiento en que me ponen las solícitas demandas que usted me hace, sobre los objetos más importantes de la política americana. Así, me encuentro en un con�icto, entre el deseo de corresponder a la con�anza con que usted me favorece, y el impedimento de satisfa cerle, tanto por la falta de documentos y de libros, cuanto por los limitados conocimientos que poseo de un país tan inmenso, variado y desconocido como el Nuevo Mundo. En mi opinión, es imposible responder a las preguntas con que usted me ha honrado. El mismo barón de Humboldt, con su universalidad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud, porque aunque una parte de la estadística y revolución de América
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es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de tinieblas y, por consecuencia, sólo se pueden ofrecer conjeturas más o menos aproximadas, sobre todo en lo relativo a la suerte futura y a los verdaderos proyectos de los americanos; pues cuantas combi naciones suministra la historia de las naciones, de otras tantas es susceptible la nuestra por sus posiciones físicas, por las vicisitudes de la guerra y por los cálculos de la política. Como me conceptúo obligado a prestar atención a la apreciable carta de usted, no menos que a sus �lantrópicas miras, me animo a dirigir estas líneas, en las cuales ciertamente no hallará usted las ideas luminosas que desea, mas sí las inge nuas expresiones de mis pensamientos.
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“Tres siglos ha –dice usted– que empe zaron las barbaridades que los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón”. Barbaridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque parecen superiores a la perver sidad humana; y jamás serían creídas por los críticos modernos, si constantes y repetidos documentos no testi�casen estas infaustas verdades. El �lantrópico obispo de Chiapa, el apóstol de la Amé rica, Las Casas, ha dejado a la posteridad una breve relación de ellas, extractada de las sumarias que siguieron en Sevilla a los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas respetables había entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos mismos que los tiranos se hi cieron entre sí: como consta por los más sublimes historiadores de aquel tiempo.
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Todos los imparciales han hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la humanidad, que con tanto fervor y �rmeza denunció ante su gobierno y contemporáneos los actos más horroro sos de un frenesí sanguinario.Con cuánta emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de usted en que me dice “que espera que los sucesos que siguieron entonces a las armas españolas, acompa ñen ahora a las de sus contrarios, los muy oprimidos americanos meridionales”. Yo tomo esta esperanza por una predicción, si la justicia decide las contiendas de los hombres. El suceso coronará nuestros esfuerzos; porque el destino de América se ha �jado irrevocablemente: el lazo que la unía a España está cortado, la opinión era toda su fuerza; por ella se estrecha
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ban mutuamente las partes de aquella inmensa monarquía; lo que antes las enlazaba ya las divide; más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos ...
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