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Gabriel García Márquez Pagina (6)
Escampó después de las nueve.El coronel se disponía a salir cuando su esposa lo agarró por la manga del saco.
-Péinate -dijo.
Él trató de doblegar con unpeine de cuerno las cerdas color de acero.
Pero fue un esfuerzo inútil.
-Debo parecer un papagayo -dijo.
La mujer lo examinó.
Pensó que no.
El coronel no parecía unpapagayo.
Era un hombre árido, de huesos sólidos articulados a tuerca y tornillo.
Por la vitalidad de sus ojos no parecía conservado en formol.
«Así estás bien», admitió ella, yagregó cuando su marido abandonaba el cuarto:
-Pregúntale al doctor si en esta casa le echamos agua caliente.
Vivían en el extremo del pueblo, en una casa de techo de palma con paredes de caldesconchadas.
La humedad continuaba pero no llovía.
El coronel descendió hacia la plaza por un callejón de casas apelotonadas.
Al desembocar a la calle central sufrió unestremecimiento.
Hasta donde alcanzaba su vista el pueblo estaba tapizado de flores.
Sentadas a la puerta de las casas las mujeres de negro esperaban el entierro.
En la plazacomenzó otra vez la llovizna.
El propietario del salón de billares vio al coronel desde la puerta de su establecimiento y le gritó
con los brazos abiertos: -Coronel, espérese y lepresto un paraguas.
El coronel respondió sin volver la cabeza.
Gracias, así voy bien.
Aún no había salido el entierro.
Los hombres -vestidos de blanco con corbatas negras-conversaban en la puerta bajo los
paraguas.
Uno de ellos vio al coronel saltando sobre los charcos de la plaza.
-Métase aquí, compadre -gritó.
Hizo espacio bajo el paraguas....
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