Cuento Chac Mol

Páginas: 88 (21835 palabras) Publicado: 3 de julio de 2013
Carlos FuentesnChac Mool

De Los días enmascarados, Ediciones Era, México DF, 1988.

Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en
Semana Santa. Aunque despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los
años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por el sudor
de la cocina tropical, bailar elsábado de gloria en La Quebrada, y
sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la
Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado
bien, pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía,
¡intentar salvar, y a medianoche, un trecho tan largo! Frau Müller no
permitió que se velara —cliente tan antiguo— en la pensión; por el
contrario, esa nocheorganizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido en su caja, a que saliera el camión
matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la
primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, temprano, a vigilar el
embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos; el
chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos delonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no
le habíamos echado la sal al viaje.
Salimos de Acapulco, todavía en la brisa. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Con el desayuno de huevos y chorizo, abrí el
cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras
pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado enMéxico; cachos de la lotería; el pasaje de ida —
¿sólo de ida?—. Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas
de papel mármol.
Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómito, y cierto
sentimiento natural de respeto a la vida privada de mi difunto amigo.
Recordaría —sí, empezaba con eso— nuestra cotidiana labor en la
oficina, quizá, sabría por qué fue declinando, olvidandosus deberes,
por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo”.
Por qué, en fin, fue corrido, olvidada la pensión, sin respetar los escalafones.
”Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El licenciado, amabilísimo. Salí
tan contento que decidí gastar cinco pesos en un Café. Es el mismo al
que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinteaños podía darme más lujos que a los cuarenta.
Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado
con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros —de
hecho librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían
la baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos (quizá los
más humildes) llegarían muy alto, y aquí, en la Escuela, se iban aforjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bra-

vío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes quedaron
allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en
aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo
todo, quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de losque triunfaron y
de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas,
modernizadas —también, como barricada de una invasión, la fuente
de sodas— y pretendí leer expedientes. Vi a muchos, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el Café que casi no
reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían, o nome querían reconocer. A
lo sumo —uno o dos— una mano gorda y rápida en el hombro. Adiós
viejo, qué tal. Entre ellos y yo, mediaban los dieciocho agujeros del
Country Club. Me disfracé en los expedientes. Desfilaron los años de
las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y también todas las
omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder
meter los dedos en el...
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