Dialogo de el hombre en elumbral jorge luis borges

Páginas: 8 (1799 palabras) Publicado: 22 de noviembre de 2011
El hombre en el umbral
Bioy Casares trajo de Londres un curioso puñal de hoja triangular
y empuñadura en forma de H; nuestro amigo Christopher Dewey, del
Consejo Británico, dijo que tales armas eran de uso común en el
Indostán. Ese dictamen lo alentó a mencionar que había trabajado en
aquel país, entre las dos guerras. (Ultra Auroram et Gangen, recuerdo
que dijo en latín, equivocandoun verso de Juvenal.) De las historias
que esa noche contó, me atrevo a reconstruir la que sigue. Mi texto será
fiel: líbreme Alá de la tentación de añadir breves rasgos circunstanciales o de agravar, con interpolaciones de Kipling, el cariz exótico del
relato. Éste, por lo demás, tiene un antiguo y simple sabor que sería
una lástima perder, acaso el de las mil y una noches.
¾
“Laexacta geografía de los hechos que voy a referir importa muy
poco. Además, ¿qué precisión guardan en Buenos Aires los nombres de
Amritsar o de Udh? Básteme, pues, decir que en aquellos años hubo
disturbios en una ciudad musulmana y que el [144] gobierno central
envió a un hombre fuerte para imponer el orden. Ese hombre era
escocés, de un ilustre clan de guerreros, y en la sangre llevaba unatradición de violencia. Una sola vez lo vieron mis ojos, pero no olvidaré
el cabello muy negro, los pómulos salientes, la ávida nariz y la boca, los
123anchos hombros, la fuerte osatura de viking. David Alexander Glencairn se llamará esta noche en mi historia; los dos nombres convienen,
porque fueron de reyes que gobernaron con un cetro de hierro. David
Alexander Glencairn (me tendré quehabituar a llamarlo así) era, lo
sospecho, un hombre temido; el mero anuncio de su advenimiento
bastó para apaciguar la ciudad. Ello no impidió que decretara diversas
medidas enérgicas. Unos años pasaron. La ciudad y el distrito estaban
en paz: sikhs y musulmanes habían depuesto las antiguas discordias y
de pronto Glencairn desapareció. Naturalmente, no faltaron rumores
de que lohabían secuestrado o matado.
Estas cosas las supe por mi jefe, porque la censura era rígida y los
diarios no comentaron (ni siquiera registraron, que yo recuerde) la
desaparición de Glencairn. Un refrán dice que la India es más grande
que el mundo; Glencairn, tal vez omnipotente en la ciudad que una
firma al pie de un decreto le destinó, era una mera cifra en los engranajes de laadministración del Imperio. Las pesquisas de la policía local
fueron del todo vanas; mi jefe pensó que un particular podría infundir
menos recelo y alcanzar mejor éxito. Tres o cuatro días después (las
distancias en la India son generosas) yo [145] fatigaba sin mayor
esperanza las calles de la opaca ciudad que había escamoteado a un
hombre.
“Sentí, casi inmediatamente, la infinita presenciade una conjuración para ocultar la suerte de Glencairn. No hay un alma en esta ciudad
(pude sospechar) que no sepa el secreto y que no haya jurado guardarlo. Los más, interrogados, profesaban una ilimitada ignorancia; no
sabían quién era Glencairn, no lo habían visto nunca, jamás oyeron
124hablar de él. Otros, en cambio, lo habían divisado hace un cuarto de
hora hablando conFulano de Tal, y hasta me acompañaban a la casa en
que entraron los dos, y en la que nada sabían de ellos, o que acababan
de dejar en ese momento. A alguno de esos mentirosos precisos le di
con el puño en la cara. Los testigos aprobaron mi desahogo, y fabricaron otras mentiras. No las creí, pero no me atreví a desoírlas. Una tarde
me dejaron un sobre con una tira de papel en la que había unasseñas...
El sol había declinado cuando llegué. El barrio era popular y
humilde; la casa era muy baja; desde la acera entreví una sucesión de
patios de tierra y hacia el fondo una claridad. En el último patio se
celebraba no sé qué fiesta musulmana; un ciego entró con un laúd de
madera rojiza.
A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral un
hombre muy viejo. Diré...
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