Dominguez Carlos Maria La Casa De Papel

Páginas: 10 (2296 palabras) Publicado: 20 de abril de 2015
Carlos María Domínguez
La casa de papel

La casa de papel, Editorial Mondadori, Buenos Aires, 2011.

En la primavera de 1998, Bluma Lennon compró en una librería del Soho un viejo
ejemplar de los Poemas de Emily Dickinson, y al llegar al segundo poema, sobre la
primera bocacalle, la atropelló un automóvil.
Los libros cambian el destino de las personas. Unos leyeron El tigre de Malasia y seconvirtieron en profesores de literatura en remotas universidades. Siddhartha llevó al
hinduismo a decenas de miles de jóvenes, Hemingway los convirtió en deportistas,
Dumas trastornó la vida de miles de mujeres y no pocas fueron salvadas del suicidio por
manuales de cocina. Bluma fue su víctima.
Pero no la única. El viejo profesor de lenguas antiguas, Leonard Wood, quedó
hemipléjico al recibir cincotomos de la Enciclopedia Británica en la cabeza,
desprendidos de un estante de su biblioteca; mi amigo Richard se quebró una pierna al
intentar llegar hasta ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, mal ubicado en un
estante que lo llevó a caer de la escalera. Otro amigo de Buenos Aires enfermó de
tuberculosis en los sótanos de un archivo público y conocí a un perro chileno que murió
indigestado conLos hermanos Karamazov, después de devorar sus páginas en una tarde
de furia.
Cada vez que mi abuela me veía leer en la cama, solía decirme: «Deja eso, que los
libros son peligrosos». Durante muchos años creí en su ignorancia pero el tiempo
demostró la sensatez de mi abuela alemana.
El funeral de Bluma convocó a numerosas autoridades de la Universidad de Cambridge.
En el oficio religioso, elprofesor Robert Laurel le dedicó una soberbia despedida, luego
editada en fascículo por su mérito académico. Resaltó su brillante carrera universitaria,
sus cuarenta y cinco años de sensibilidad e inteligencia, y en el cuerpo principal del
trabajo, sus decisivos aportes a la investigación de la huella anglosajona en las letras
latinoamericanas. Pero culminó con una frase controvertida: «Bluma consagrósu vida a
la literatura —dijo—, sin imaginar que iría a llevársela de este mundo».
Quienes lo acusaron de malograr la pieza con «un torpe eufemismo» enfrentaron la
acérrima defensa de los ayudantes de Laurel. Pocos días más tarde, en casa de mi amiga
Anny, oí a John Bernon decir a un grupo de discípulos de Laurel:
—La mató un auto. No el poema.
—Nada existe fuera de su representación —argumentarondos muchachos y una chica
judía, que llevaba la voz cantante—. Cualquiera tiene derecho a elegir la representación
que quiera.

—Y de hacer mala literatura. De acuerdo —rebatió el viejo con ese aire falsamente
conciliador que le dio fama de cínico en el campus, revuelto por las próximas
entrevistas del posgrado en el que Bernon competiría con Laurel— Hay un millón de
paragolpes sueltos en lascalles de la ciudad que les demostrarán de lo que es capaz un
buen sustantivo.
Las polémicas sobre la famosa frase se extendieron por la universidad y hubo un torneo
de estudiantes bajo la convocatoria «Relaciones entre realidad y lenguaje». Se
calcularon los pasos de Bluma en la vereda del Soho, los versos de los sonetos que
habría llegado a leer, la velocidad del vehículo; se debatió con celosobre la semiótica
del tránsito en Londres, el contexto cultural, urbano y lingüístico del segundo en que la
literatura y el mundo colapsaron sobre el cuerpo de la querida Bluma.
Yo debí suplantarla en el Departamento de Lenguas Hispánicas, ocupar su oficina y
hacerme cargo de sus cursos, nada seducido por el rumbo de las discusiones.
Una mañana recibí un sobre dirigido a mi difunta colega. Traíasellos postales de
Uruguay, y si no fuera por la ausencia de remitente hubiera creído que se trataba de una
de esas ediciones de autor que solían enviarle, con la expectativa de que la reseñara en
una revista académica. Bluma nunca hacía eso, salvo que el autor fuera lo bastante
conocido como para sacarle algún rédito. Solía pedirme que se los llevara al depósito de
la biblioteca, no sin antes...
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