El crepúsculo del guerrero
Cuando Isadora vino del colegioaquel día, tan sólo dijo:"Hoy recojo mis cosas y me marcho, mi tío lleva los papeles de la separación". Era la primera noticia que tenía de sus intenciones, pero a decir verdad no me sorprendieron lo más mínimo. Allí permanecí, delante del ordenador, incluyendo en su fichero la última canción que había escrito. Seguía llamándolas así, aunque para que algo sea canción, tiene que ser interpretadopor alguien.
Lo cierto es que hacía muchos años que dejaron de ser canciones mis creaciones, no sólo perdieron la música, también perdieron la garra que caracterizó a Domingo Sangriento, nuestro antiguo sueño juvenil. La definición exacta de lo que ahora creaba es poesía. Triste, idílicamente pesimista poesía. Pero, como por costumbre, las seguía archivando en la sección de Sangrientasletras. Yo continuaba viviendo por y para mis quimeras, eran mi pasión inacabada. Al terminar la jornada laboral, incluso en mis horas de guardia en el claustro, luchaba por no perder la inspiración, por avanzar en la lucha contra el mundo factible. Una persona tan asqueada de la sociedad en prácticamente todos sus campos como lo era yo, después de la enorme decepción que me llevé de la política, nopodía desistir de crear y aumentar mi oasis paralelo (para muchos más de lelo que de para). Quizá este era el motivo por el cual mis alumnos se llevaban (en líneas generales) tan bien conmigo. Mi melancolía se reflejaba en las aulas, y no había maldad, ni rencor, simplemente desengaño, sin rabia, sólo con pena. Intentaba que no perdieran la chispa de ilusiones que todo joven lleva dentro de sí.Lamentablemente, 15 ó 16 años era demasiado tarde para muchos. Pero incluso algún terminado de éstos, hacía germinar de nuevo esa inquietud. Intentaba ser imparcial con ellos, pero en ciertos aspectos, no podía, como en hacerles ver que el ser crítico ha de ser no sólo con lo que nos afecta a nosotros, sino a todo ser vivo, debemos luchar por esa solidaridad de la que hacían mofa y befa elresto de los mortales que me rodeaba; bueno, por aquel entonces había uno que no, los demás ya habían matado y enterrado mis esperanzas.
Ni siquiera con aquella sentencia de Isadora, salí de mi letargo infantil en aquel instante, aunque sabía que no tardaría en pasarme factura el destino. Los primeros segundos me quedé en blanco, mirando al frente como lo hacía Malcolm McDowell mientrasescuchaba a Beethoven en La Naranja Mecánica, con las manos apoyando en ellas la cabeza. Habíamos, años ha, tirado por la ventana un abanico de opciones para quedarnos con la elegida.
Era como si hubiésemos ido al Un ,dos, tres y nos hubiese tocado la mascota de turno (siempre la estaban cambiando en dicho concurso). Era imposible, mejor dicho, parecía imposible que nuestra apuesta no...
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