EL SALON DORADO manuel mujica lainez

Páginas: 14 (3411 palabras) Publicado: 17 de abril de 2016
Misteriosa Buenos Aires: El salón dorado

Manuel Mujica Láinez

XLII. EL SALÓN DORADO
1904
Hace cinco días que la niña Matildita dejó de existir, y el salón dorado en el cual tan poco lugar
ocupaba, trémula con su bordado eterno en el rincón de las vitrinas, parece aún más enorme, como
si la ausencia frágil acentuara la soledad de los objetos allí reunidos, allí convocados
misteriosamente por esecongreso de la fealdad lujosa que se realiza en las grandes salas viejas. Y
sin embargo nada cambió de sido. Nada ha cambiado en el salón de encabritadas molduras, en el
curso de los últimos quince años, desde que a él llevaron el lecho imposible de doña Sabina, todo
decorado con pinturas al «Vernis Martín», y desde que en él se instaló, erguida sobre las almohadas,
la anciana señora. Todo estáigual: la chimenea de mármoles y bronces; los bronces y mármoles
distribuidos sobre mesas y consolas; las porcelanas tontas de las vitrinas; los cortinajes de damasco
verde que ciñe la diadema victoriana de las cenefas; y los muebles terribles, invasores, prontos
siempre a la traidora zancadilla, que alternan el dorado con el terciopelo y cuyos respaldos y
perfiles se ahuecan, se curvan, seencrespan y se enloquecen con la prolijidad de los ornamentos
bastardos.
La presencia de la cama ha dejado de inquietar a sus vecinos numerosos. En quince años
tuvieron tiempo de habituarse a ella y al hecho de que su incorporación haya transformado el cuarto
en algo híbrido, algo que no es totalmente ni sala ni dormitorio. Merced a ese traslado, la sala que
sólo se abría de tarde en tarde, para lasrecepciones, alcanzó una existencia de inesperada novedad.
En ella, a lo largo de tres lustros, tres personas han convivido: doña Sabina en el lecho distante,
como un soberano en su trono; la niña Matildita junto al bastidor, cerca de la chimenea en invierno,
cerca de la ventana cuando el calor apretaba; y Ofelia, el ama de llaves, entrando y saliendo sin
acomodar mucho porque la señora no quiere quetoquen sus cosas. Y nadie más: en quince años,
salvo algunas visitas espaciadas, salvo uno que otro médico, nadie ha entrado en la sala de la calle
San Martín. La sordera creciente de doña Sabina terminó por aislarla. Y su carácter también: su
carácter autoritario, egoísta, celoso, quejoso. De tal manera que la vida infundida por las tres
mujeres al ancho aposento, ha sido curiosamente estática,como si ellas también fueran tres muebles
extraños sumados a la barroca asamblea.
La niña Matildita bordaba; la señora leía; Ofelia atizaba el fuego, aparecía con el juego de té de
plata, corría las cortinas al crepúsculo. La niña Matildita bordaba siempre flores y pájaros sobre
unas pañoletas; la señora leía, entre hondos suspiros, novelas que se titulaban Los misterios de la
Inquisición o Laverdad de un epitafio o La Marquesa de Bellaflor o La Virgen de Lima. A veces
levantaba los párpados venosos, porque adivinaba a su lado al ama de llaves. Había aprendido a
entender lo que le decían, por el movimiento de los labios. Doña Sabina daba una orden. Ella las
daba todas. Su sobrina –la niña Matildita– nada podía, nada significaba en el salón. Y así durante un
día que se prolongó quince años,desde que la señora sufrió aquel gravísimo ataque que la mantuvo
oscilando catorce meses entre la muerte y la vida, hasta que la vida triunfó y, paralizada, sorda, la
condujeron al salón cuyas ventanas abren sobre la calle San Martín.
La idea fue del doctor Giménez, el médico joven que entonces la atendía. Puesto que no podría
abandonar su aposento, después de tan larga e intensa lucha con lamuerte, lo mejor era que pasara
sus horas en el cuarto que más quería, aquel en el cual había concentrado más recuerdos. De esa
suerte no tendría la impresión de estar encerrada en su alcoba, sino de continuar presidiendo su
salón de fiestas. A doña Sabina la idea le gustó. Le gustaba cuanto tendía a rodearla de una aureola
de extravagancia, de capricho, de exclusividad. Eso era ella: exclusiva,...
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