Escritores de la Libertad
Escritores de la libertad está basada en una historia real que transcurre en Long Beach,
en el Rodney King, el high school Wilson. El instituto se encuentra en una zona
mayoritariamente próspera, pero los alumnos asignados al aula 203 son los clasificados
como casos perdidos, imposibles de enseñar; un grupo de ‘intocables’ que deben superar
todo tipo de circunstancias: pobreza, mala educación, historial criminal, drogadicción,
padres en la cárcel, y dependencia de pandilleros.
Erin Gruwell es una profesora llena de ideales que escoge enseñar en Wilson para hacer
un aporte a la sociedad y, en lugar de hallar un programa educativo basado en la igualdad
de oportunidades, encuentra un clima de tensión racial, intolerancia, desesperanza y
cultura de pandilleros en la que los chicos practican una conducta social de
autosegregación como forma de supervivencia. Esta actitud la muestran a través de la
colocación de las mesas por sectores, creando una separación de forma automática,
delimitando fronteras entre ellos, dividiendo el aula en diversos territorios y formando
grupos separados y de espaldas a la profesora, en un gesto de desafío y de unidad con el
propio grupo.
“La postura ética sostenida por la docente al considerar a la educación como poder
emancipador y objeto de oportunidades, le permite ser flexible al momento de aplicar
herramientas de dinámica grupal, generando situaciones de enseñanza aprendizaje en
donde la unidad de análisis es el “aula 203”, como grupoclase, poniendo en juego
valores individuales de cada alumno y superando progresivamente la estructura formal
del mismo; fomentando la autorealización y obteniendo la grupalidad, como
potencialidad”.
La misma Enrin Gruwell cuenta: “Son los chicos los que se segregan entre sí al llegar al
instituto. Crean territorios en función de la raza, la pandilla, el lado de la calle en el que
viven o el autobús en el que han venido a clase. Era desolador contemplar la clase y ver
cómo eran ellos mismos los que creaban la separación” y comprende que tendrá que
enfocar sus clases de un modo poco convencional. Un día intercepta una caricatura
racista (un retrato de un estudiante afroamericano con labios y nariz exageradamente
acentuados) y por primera vez pierde la compostura ante sus alumnos. Ofendida por el
dibujo, Erin lo compara con las caricaturas de los judíos hechas por los nazis como forma
de generar el odio racial que justificó el Holocausto. Luego se da cuenta de que pocos de
sus alumnos saben lo que fue el Holocausto y comprende que tiene que encontrar una
forma nueva de plantear sus clases para llegar a los chicos. “No sabían lo que era el
Holocausto. Traté de explicarles el paralelo que existía entre la discriminación y el dolor,
pero no entendían estos términos. Todos ellos habían sufrido discriminación pero no lo
entendían cuando lo veían expresado con palabras. Empecé a gritarles, perdí el control
por primera vez. Ya no era una persona simpática y animosa. Al verme tan airada, tan
llena de pasión, me miraron y empezaron a pensar que iba en serio.”
Erin acierta en la estrategia de preguntarles cuántos de ellos habían recibido disparos,
cuántos habían perdido amigos en tiroteos, cuántos tenían familiares o amigos presos...
todos levantan la mano. Al ver cuánto tenían en común, las divisiones entre ellos
comienzan a disolverse y se disponen a compartir, mostrar y comparar las heridas de
guerra que tenían, de bala o de arma blanca. Erin ve cómo los grupos comienzan a hablar
entre ...
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