Evolución humana

LA PALABRA del simio

CAPITULO I

El calor resultaba agobiante. El sofocante viento que racheaba moviendo la lona de la tienda de campaña, provocando un golpeteo característico, no solo no aliviaba la sensación térmica, sino que hacía más irrespirable aquel seco aire africano. El terreno arenoso y pulverulento de la garganta de Olduvai no era exactamente un desierto; salpicado aquí y allá dematojos medio resecos, era capaz de sustentar una fauna compuesta por pequeños reptiles y artrópodos. Fuera como fuese, el 17 de julio de 1.959, día de San Teodosio, aún estando muy habituado a aquel clima desde niño, el doctor Louis Leakey, que trataba de concentrarse en la clasificación de pequeños fósiles líticos, extraídos de la excavación, usando la lupa binocular, se quitó las gafas que dejóabiertas en la mesa del laboratorio de campaña, se frotó los ojos con los dedos pulgar e índice de la mano izquierda, y se reclinó hacia atrás extendiendo y relajando la espalda, al tiempo que se secaba el sudor de la cara con el pañuelo. Era un hombre maduro, de 56 años, corpulento, de cara redonda y afable, en quien la alopecia solo había conseguido hacer estragos en la frente de su canosacabellera. Louis Leakey había nacido en Kabete, región de Kenia, el 7 de Agosto de 1.903, en el seno de una familia de misioneros británicos que cumplían su cometido pastoral entre los nativos de la tribu de los Kikuyu, entre cuyos habitantes se crió, compartiendo y aprendiendo su idioma y sus costumbres. Por tanto, aquel territorio le era literalmente familiar.

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Su amor infantil hacia lasaves no presagiaba su futura dedicación a la paleontología, pero a raíz de un accidente deportivo, que le mantuvo lesionado bastantes meses, cuando contaba 21 años de edad, lo que le hizo perder el curso, dio un giro total a su vida. Durante este tiempo se inscribió en una expedición arqueológica que dejó grabado a fuego en su corazón la pasión por esta disciplina. Fijó su mirada en la pared de latienda, que ondulaba zarandeada por el viento, creando y disipando sombras proyectadas por los objetos que colgaban en su exterior, cuando un murmullo que fue elevándose hasta transformarse en una algarabía, le sacó de su relajada hipnosis. A la puerta de la tienda llegó agitado un nativo de aquella Tanzania que tan pocas diferencias mostraba con su Kenia original. En un lenguaje difícil dedescribir, mezcla de ingles, swahili y quién sabe si algún dialecto cusita, conminó al investigador a que le siguiera sin demora. Descendieron a buen paso la pendiente que conducía a la excavación. Delante iba el nativo que no paraba de parlotear nervioso, volviéndose cada pocos pasos hacia el doctor Leakey que le seguía mostrando la bondadosa sonrisa que le caracterizaba, aunque sin dejar trasluciransiedad, dado que sus británicos genes no se lo permitían. El viento que soplaba a rachas, creando remolinos, era francamente incómodo ya que arrastraba todo tipo de partículas, cálido y seco, obligando al profesor a sujetarse con su mano diestra el sombrero de piel de búfalo. Junto a la cuadriculada fosa de excavación se arremolinaban un grupo de personas, la mayoría indígenas que, al acercarse elcientífico, abrieron un pasillo al fondo del cual apareció su esposa de pié, que con una indisimulada y emocionada sonrisa le miraba fijamente sosteniendo un sucio objeto en sus manos. Louis Leakey se había casado con Mary Douglas Nicol, diez años más joven que él, en 1.936. No le fue difícil embaucar a su esposa y compañera en su pasión por la paleontología, antropología y arqueología. Con eltiempo resultó su mejor colaboradora, aunque Louis nunca ocultó su satisfacción al haber apoyado y estimulado la financiación de otros proyectos como los de Jane Goodall con los chimpancés, Dian Fossey con los gorilas, ó Birute G. Brindamour con los orangutanes. Por supuesto que este no era el primer descubrimiento que los Leakey habían realizado, en esta región, en esos últimos años,

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