hola

Páginas: 11 (2541 palabras) Publicado: 5 de mayo de 2013
LA AMORTAJADA
MARIA LUISA BOMBAL
Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detr·s de sus largas pestaÒas. A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la
transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no habÌa logrado empaÒar. Respetuosamentemaravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veÌa. Porque Ella veÌa, sentÌa.
Y es asÌ como se ve inmÛvil, tendida boca arriba en el amplio lecho revestido ahora de las s·banas bordadas, perfumadas de espliego, óque se guardan siempre bajo llaveóy se ve envuelta en aquel batÛn de raso blanco que solÌa volverla tan gr·cil. Levemente cruzadas sobre el pecho y oprimiendo un crucifijo, vislumbra susmanos; sus manos que
han adquirido la delicadeza frÌvola de dos palomas sosegadas. Ya no le incomoda bajo la nuca esa espesa mata de pelo que durante su enfermedad se iba
volviendo, minuto por minuto, m·s h˙meda y m·s pesada. Consiguieron, al fin, desenmaraÒarla, alisarla, dividirla sobre la frente. Han descuidado, es cierto, recogerla. Pero ella no ignora que la masa sombrÌa de una cabelleradesplegada presta a toda mujer extendida
y durmiendo un ceÒo de misterio, un perturbador encanto. Y de golpe se siente sin una sola arruga, p·lida y bella como nunca. La invade una inmensa alegrÌa, que puedan admirarla asÌ, los que ya no la recordaban sino devorada
por f˙tiles inquietudes, marchita por algunas penas y el aire cortante de la hacienda. Ahora que la saben muerta, allÌ est·n rode·ndolatodos.
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Est· su hija, aquella muchacha dorada y el·stica, orgullosa de sus veinte aÒos, que sonreÌa burlona
cuando su madre pretendÌa, mientras le enseÒaba viejos retratos, que tambiÈn ella habÌa sido
elegante y graciosa. Est·n sus hijos, que parecÌan noquerer reconocerle ya ning˙n derecho a vivir, sus hijos, a quienes impacientaban sus caprichos, a quienes avergonzaba sorprenderla corriendo por el jardÌn asoleado; sus hijos ariscos al menor cumplido, aunque secretamente halagados cuando sus
jÛvenes camaradas fingÌan tomarla por una hermana mayor. Est·n algunos amigos, viejos amigos que parecÌan haber olvidado que un dÌa fue esbelta y feliz.Saboreando su pueril vanidad, largamente permanece rÌgida, sumisa a todas las miradas, como
desnuda a fuerza de irresistencia. El murmullo de la lluvia sobre los bosques y sobre la casa la mueve muy pronto a entregarse cuerpo y alma a esa sensaciÛn de bienestar y melancolÌa en que siempre la abismÛ el suspirar del agua en las
interminables noches de otoÒo. La lluvia, cae, fina, obstinada, tranquila.Y ella la escucha caer. Caer sobre los techos, caer hasta
doblar los quitasoles de los pinos, y los anchos brazos de los cedros azules, caer. Caer hasta anegar
los trÈboles, y borrar los senderos, caer. Escampa, y ella escucha nÌtido el bemol de lata enmohecida que rÌtmicamente el viento arranca al molino. Y cada golpe de aspa viene a tocar una fibra especial dentro de su pecho amortajado. Conrecogimiento siente vibrar en su interior una nota sonora y grave que ignoraba hasta ese dÌa
guardar en sÌ. Luego, llueve nuevamente. Y la lluvia cae, obstinada, tranquila. Y ella la escucha caer. Caer y resbalar como l·grimas por los vidrios de las ventanas, caer y agrandar hasta el horizonte las
lagunas, caer. Caer sobre su corazÛn y empaparlo, deshacerlo de languidez y de tristeza. Escampa, yla rueda del molino vuelve a girar pesada y regular. Pero ya no encuentra en ella la
cuerda que repita su monÛtono acorde; el sonido se despeÒa ahora, sordamente, desde muy alto, como algo tremendo que la envuelve y la abruma. Cada golpe de aspa se le antoja el tic-tac de un
reloj gigante marcando el tiempo bajo las nubes y sobre los campos No recuerda haber gozado, haber agotado nunca, asÌ,...
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