INFORME





1
Londres
2 de diciembre de 1814

Estaba excitado e impaciente, y lo único que quería era perderse dentro de ella y olvidar al menos por un rato que allá fuera había dolor y maldad. Respiraba agitada­mente tras haber logrado por fin sostenerse en equili­brio sobre ella.
-Lo siento -dijo, la voz tan desnuda y en carne viva como su alma-, lo siento.
Y en ese instante supo que no ibaa serle de ningu­na utilidad. Se preguntó si realmente le servía de algo volcarse en lo más profundo de ella, perdiendo todo sentido de su ser, todo sentido de quién y qué era, o de pertenecer a alguien o algo. Se desparramaba e iba a la deriva, y disfrutaba enormemente de ese breve instante de inconsciencia. Pero una vez agotado el placer demo­ledor, volvía a sentirse terriblemente solo. Yrecordaba una vez más que fuera, en la noche, había maldad.
Se apartó despacio de ella, cobrando dolorosa con­ciencia de sí mismo, y vio las sombras que proyectaba el fuego en la pared del otro lado de la cama. Las siguió con la mirada hasta las sombras más oscuras que llena­ban las esquinas de la alcoba, bañando todo de vacío gris. No, el vacío estaba dentro de él, y sin embargo era él quien seguíavivo.
Se volvió hacia ella. Estaba tendida de espaldas, con las piernas todavía separadas, una delicada mano ligera­mente cerrada sobre el pálido vientre. Él le tomó la mano.
-Lo siento -volvió a decir-. La próxima vez lo haré mejor.
Ella no iba a decirle que le traía sin cuidado si la uti­lizaba a su conveniencia, porque no era cierto. Lo trataba desde hacía dos años, no mucho tiempo paracono­cer a un hombre tan complejo, orgulloso y ferozmente sensual como Richard Clarendon, pero el suficien­te para que una mujer tan arrogante -a su manera ­como él, y acostumbrada a quedar satisfecha, dijera: -Nunca eres un amante descuidado o egoísta. Más valdría que me dijeras qué te pasa.
Él le besó los nudillos y volvió a ponerle la mano en el vientre. Le estiró los dedos uno por uno,separándoselos sobre su blanca piel.
-Eres hermosa -dijo, su voz tan distraída como su mente.
-Sí, lo sé, pero eso no importa. Tú también lo eres. Dime qué ocurre, Richard.
Él se levantó despacio, se acercó al fuego que había dejado de arder con furia y lo hacía silenciosamente, y se estiró. Su espléndido cuerpo quedó bañado en luz dorada. Ella admiraba tanto su mente como su cuerpo, ambos rápidos ypoderosos.
-Estás cansado -dijo.
-Sí, muy cansado. -Había algo más. También era un necio. Había esperado que estar con ella lo renova­ra de alguna manera, le hiciera saborear una vez más la vida y sus goces, pero no había sido así. Se sentía aún más cansado que una hora atrás-. Sí, muy cansado. Lo siento -repitió una vez más.
Ella se levantó y, acercándose, se apretó contra su costado.
-Es esa joven,¿verdad? La que se ha casado con Phillip Mercerault. La que te dió calabazas. Tu espíritu masculino sigue deseándola. Eso le hizo sonreír. Las cosas serían mucho más sencillas si Sabrina fuera responsable del dolor que ha­bía arraigado tan hondamente en su interior.
-¿Mi espíritu masculino? ¿En que es distinto del espíritu femenino?
-Son muy diferentes. Tu espíritu alimenta tu fe en ti mismo. Siuna mujer te rechaza, lo que hiere es tu amor propio, no tu corazón. El espíritu de una mujer es un desierto a la espera de ser llenado de la aten­ción de un hombre. Es fácil herirlo, porque los hombres no se distinguen por prestar demasiada atención, no son así. De modo que tanto los hombres como las mujeres sufren, pero su dolor es muy diferente.
-Debatir eso sería una tarea imposible. No,esto no tiene nada que ver con Sabrina. Ella y Phillip han hecho lo que debían. Ella está embarazada y nunca he visto más feliz a Phillip.
La mujer asintió, dándose cuenta de que él le decía la verdad.
-Entonces ¿qué es? ¿Está enferma tu madre?
-No; está en plena forma.
-¿Echas de menos a tu padre?
-Claro que sí. Era el mejor de los hombres. Lo echaré de menos hasta que me muera. -Se...