La musa, la inspiración va rondando, formándose con lo que respira, comenta, siente y observa nuestro frustrado y locuaz poeta. En su mundo la fruta, el árbol y el cielo es lo más pintoresco, por loque no termina de llegar “la idea”. Al otro lado de la calle se encuentra nuestra pálida y pelirroja deidad, derrochando belleza pura desde sus labios hasta sus caderas. Camina delirante con loslabios sedientos, los ojos entreabiertos por la intensa claridad, contoneándose como una niña enamorada. Interrumpe al sol que le maltrata la piel blanca y pecosa y se detiene con cautela debajo de unárbol de hojas amarillas y rojas, enorme e imponente. El poeta la observa con asombro, con novedad y le cuesta asimilar lo que está frente a él. Es así como el mundo giró en tan perfecta sincronizaciónque todo pensamiento racional se esfumó. Este hombre agonizó justo en ese preciso momento y resucitó perplejo como un niño recién nacido. Se mezcla en el mosaico viviente donde los colores ya no eraninspiración sino la asimetría de aquella hermosa imagen, joven, delicada y única, con sus largos cabellos enmarañados, rojizos y dorados. En la agonía, le regaló una mirada larga y frívola. No era unaimagen dulce y virginal, era inhumana, una grosería de la naturaleza. Las palabras iban y venían pero el poeta no podía conjugarlas, exponerlas, estaba en el epicentro del terremoto donde él era laúnica víctima. Cesó con tanta fuerza como inició y dejó incertidumbre, terror, ceguera. Para su sorpresa la imagen había desaparecido tan de prisa que creyó era un espejismo, un oasis en forma de mujer.En su lugar había una mujer corriente, vulgar, voluptuosa, grotesca, alterada por el calor matutino, con el cabello amarillo, rojo y negro, la piel manchada por el sol y los labios rojos carmín muy maldibujados, pero era real. El poeta suspiró con desilusión, tomo un trago de su cerveza caliente y admitió que se había estancado en otros tantos superficiales relatos que había escrito, le era...
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