lalala
Aquella boca de labios pálidos y delgados, que jamás sonreía para el placer, sino para la resignación y laamargura, ¿habría tenido risas francas, sonoras, estrepitosas?
En aquella frente rugosa y abatida, desierta de cabellos, ¿habrían flotado alguna vez rizos blondos o negrossobre una frente de matices sonrosados?
Y el cuerpo mustio y encorvado, de pesados movimientos, sin gracia y achacoso, ¿fue esbelto, ligero, flexible y sano en tiempoalguno?
Eufemia, considerando estos problemas, concluía por pensar que su noble esposo, su sabio marido, su eruditísima cara mitad había nacido con cincuenta años ycincuenta achaques, y que así sabía él lo que era jugar al trompo y escribir billetes de amor, como ella entender las mil sabidurías que su media naranja le decía con vozcariñosa y apasionada.
Pero, de todas maneras, Eufemia quería a su marido entrañablemente. Verdad es que, en ocasiones, se olvidaba de su amor, y tenía que preguntarse: «¿Aquién quiero yo? ¡Ah, sí, a mi marido!», le contestaba la conciencia después de un lapso de tiempo más o menos largo.
Esto era porque Eufemia padecía distracciones.Pero, en virtud de un silogismo, en forma de entimena, para abreviar, Eufemia se convencía cuantas veces era necesario, y era muy a menudo, de que Pánfilo era el hombremás amado de la tierra, y de que ella, Eufemia, era la mujer a quien el tal Pánfilo tenía sorbido el poco seso que Dios, en sus inescrutables designios, le había concedido.
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