leyendas

Páginas: 6 (1434 palabras) Publicado: 25 de junio de 2013
Cuento de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ



LA CANTIMPLORA

Dormía yo pesadamente en mi catre de campaña cuando me despertaron unas voces confusas, excitadas, y una rápida sucesión de estallidos secos, como de bombillas eléctricas que estuvieran explotando, allí mismo, bajo la tienda polvorienta. Debo advertirles que yo estaba hospitalizado en un puesto sanitario, a unos doce kilómetros detrásde las líneas de fuego, y esto me sucedió en una siesta sofocante en que soplaba un viento lleno de arena. Yo, tendido en el catre desde hacía una semana, no sabía si aquel viento que sacudía las lonas de la tienda venía desde el norte o desde los oscuros paisajes de la fiebre.

Las voces que me despertaron eran de mi compañero de carpa, el capitán Díaz, un hombre de cuarenta años, que solíahablar solo durante horas, y cuyo catre de campaña, hundidas las patas en la arena finísima del Chaco, estaba ahora a la izquierda del mío, a un metro de distancia.

- ¡Morales! ¡Morales! ¡A levantarse! ¡A correr!

Medio dormido aún, más en la fiebre que en la carpa, volví la cabeza hacía ese lado. Lo primero que vi fueron las polainas pardas de Pedro Díaz. Luego advertí que se las estabaponiendo con unas manos huesudas que le temblaban. Esto lo hacía con el sobresalto que seguía a un sueño interrumpido bruscamente en el bochorno de la siesta, entre el rumor del viento caliente.

Las bombillas eléctricas dejaron de estallar dentro de la carpa.

(Mejor dicho: caí en la cuenta de que no había bombillas, como había creído al principio, con el temor de que, al estallar, los fragmentos devidrio me lastimasen la cara). Pero los estampidos seguían, violentos, persistentes, cada vez más próximos: eran ráfagas de ametralladora.

La fiebre, sin embargo, amortiguó aquellos ruidos (ya tan familiares) y se me cerraron los ojos. Cesó el viento, huyó la arena; se hizo en mí un silencio. En rigor, no me habían abandonado todavía las imágenes del sueño reciente: se habían agazapado en lasombra y volvían a apoderarse de mí, como en la sala de pronto tenebrosa de un teatro el haz de luz del proyector inunda la pantalla con súbitas visiones.

Y otra vez volví a encontrarme lejos, muy lejos del frente, del árido desierto; lejos del viento aquel; lejos de la guerra, en suma.

Volví a encontrarme en Asunción, en mi casa de Asunción, en el alegre patio embaldosado de mi casa deAsunción; un patio poblado de palmas de hojas brillantes, con un gran jazminero abrazado al muro blanco, y una parra verdísima, abundante en racimos maduros. Un sol benigno, colándose entre los sarmientos, iluminaba las baldosas azules, rojas y blancas.

Apagado completamente el estruendo de los disparos, oía yo otra vez la voz de mi madre, la risa de mis hermanitas y el chirrido de la poleabalanceante sobre el aljibe de brocal húmedo, del que Petrona, la criada, sacaba un balde de agua limpia y luminosa.

- No hay un minuto que perder! ¡Arriba muchacho, arriba!

- Pedro Díaz me sacudió con fuerza y volvió a gritarme:

- ¡Arriba!

Luego corrió hacia la salida de la carpa, alzo la lona que a esta servía de puerta, y desapareció en fuga ya hacia la selva.

Entonces, si, me despertédel todo y lo comprendí todo: una fuerte patrulla enemiga había salido a retaguardia, cortando el único camino que conducía hacia nuestras bases, en el sur; y hacia la línea de fuego, en el norte. Y ahora, los patrulleros enemigos, escondidos en los matorrales a uno y otro lado del camino, descargaban sus automáticas sobre las carpas de los enfermos y heridos del puesto sanitario.

- ¡Aquino!¡Aquino!

Mi ordenanza no me contestó. Más que ordenanza, Aquino era en aquellos días mi enfermero y tenía orden de no alejarse de mi tienda.

- ¡Aquino!

Por suerte yo dormía casi enteramente vestido. Solo debía calzarme las botas y ceñirme el cinturón con brújula y revolver. Recordé que en el revólver no me quedaban más que cuatro cartuchos acardenillados.

Corrí hacia la salida de la...
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