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La amada, aunque incapaz de olvidar el dolor provocado por la ausencia de su amado, se dio cuenta
por primeravez en semanas de que su Fez era la ciudad más hermosa del mundo: sus altas torres y sus minaretes, sus plácidas plazas y sus calles atiborradas de gentes de todas las nacionalidades y condicionesentraban diariamente en el balcón de la muchacha, que se retorcía los dedos para contener las ganas de unirse a la fiesta: era una viuda joven, entrada apenas en la treintena, de rostro diminuto y ojos dealmendra, cabellera oscura como el silencio y labios turbadores que, cuando sonreían, mostraban una hilera de encantadores dientecillos que resplandecían al sol como astros diminutos. Desde labalconada contemplaba a los peregrinos hacer sus abluciones antes de entrar en la mezquita, y se descalzaba y ronroneaba y saltaba impulsándose como un gato sabio al compás de aquellos desconocidos que lamiraban atónitos, y se preguntaban de qué cielo había salido aquella diosa que arrastraba sus pecadores corazones directamente hasta el infierno. Salió de la casa envuelta en su sari tornasol, la fazoculta tras el grueso velo y, por última vez en su vida, encaminó sus pasos hacia el puerto. Llevaba en las manos un ramo de rosas rojas, y con pequeños pasos cubrió su ruta sin emitir un suspiro ni...
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