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Páginas: 139 (34579 palabras) Publicado: 8 de julio de 2014
Elogio de la locura
Erasmo de Rotterdam

Habla la estulticia(1)

Capítulo I
Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan
de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única
que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres. Y de ello es prueba poderosa,
y lo representa bien, el que apenas he comparecidoante esta copiosa reunión para
dirigiros la palabra, todos los semblantes han reflejado de súbito nueva e insólita
alegría, los entrecejos se han desarrugado y habéis aplaudido con carcajadas alegres y
cordiales, por modo que, en verdad, todos los presentes me parecéis ebrios de néctar no
exento de nepente, como los dioses homéricos, mientras antes estabais sentados con
cara triste y apurada,como recién salidos del antro de Trofonio(2).
Al modo que, cuando el bello sol naciente muestra a las tierras su áureo rostro, o
después de un áspero invierno el céfiro blando trae nueva primavera, parece que todas
las cosas adquieran diversa faz, color distinto y les retorne la juventud, así apenas he
aparecido yo, habéis mudado el gesto. Mi sola presencia ha podido conseguir, pues, lo
queapenas logran los grandes oradores con un discurso lato y meditado que, a pesar de
ello, no logra disipar el malhumor de los ánimos.

Capítulo II
En cuanto al motivo de que me presente hoy con tan raro atavío, vais a escucharlo si
no os molesta prestarme oídos, pero no los oídos con que atendéis a los predicadores,
sino los que acostumbráis a dar en el mercado a los charlatanes, juglares ybufones, o
aquellas orejas que levantaba antaño nuestro insigne Midas para escuchar a Pan.
Me ha dado hoy por hacer un poco de sofista ante vosotros, pero no de esos de ahora
que inculcan penosas tonterías en los niños y los enseñan a discutir con más terquedad
que las mujeres. Imitaré, en cambio, a los antiguos, que para evitar el vergonzoso
dictado de sabios prefirieron ser llamados sofistas.Se dedicaban éstos a celebrar las
glorias de los dioses y los héroes. Por ello, vais a oír también un encomio, pero no el de
Hércules ni el de Solón, sino el de mí misma, el de la Estulticia.

Capítulo III
No tengo por sabios a esos que consideran que el alabarse a sí mismo sea la mayor
de las tonterías y de las inconveniencias. Podrá ser necio si así lo quieren, pero habrán
de confesarque es también oportuno. ¿Hay cosa que más cuadre sino que la misma
Estulticia sea trompetera de sus alabanzas y cantora de sí? ¿Quién podrá describirme
mejor que yo? A no ser que por acaso me conozca alguien mejor que yo misma. Sin
embargo, me creo mucho más modesta que esta tropa de magnates y sabios que,
trastrocado el pudor, suelen sobornar a un retórico halagador o a un poeta vanilocuo y leponen sueldo para escucharle recitar sus alabanzas, que no son sino mentiras. El
elogiado, aun fingiendo rubor, hace la rueda y yergue la cresta, como el pavo real,
mientras el desvergonzado adulador equipara con los dioses a aquel hombre de nada y le
presenta como absoluto ejemplar de toda virtud, aun sabiendo que dista mucho de
cualquiera de ellas, que está vistiendo a la corneja de ajenasplumas, blanqueando a un
etíope o haciendo de una mosca elefante. En resumen, me atengo a aquel viejo
proverbio del vulgo que dice que «hace bien en alabarse a sí mismo quien no encuentra
a otro que lo haga».
Sin embargo, declaro que me asombra la ingratitud o la indiferencia de los mortales,
pues aunque todos me festejen celosamente y reconozcan de buen grado mi bondad,
jamás ha habidoninguno en tantos siglos que haya celebrado las glorias de la Estulticia
en un agradable discurso, al paso que no han faltado quienes, a costa del aceite y del
sueño, hayan importunado con relamidos elogios a los Busiris, a los Falaris, las fiebres
cuartanas, las moscas, la calvicie y otras pestes semejantes.
Vais, pues, a escuchar de mí un discurso que será tanto más sincero cuanto es...
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