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Páginas: 10 (2270 palabras) Publicado: 9 de noviembre de 2014
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Un médico rural
y otros relatos pequeños

v
Franz Kafka
Versión castellana a cargo de

Pablo Grosschmid

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Un médico rural

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UN

M É D I C O RU R A L

E

staba muy angustiado. Tenía que emprender un
viaje urgente. Un enfermo grave me esperaba en
unpueblo a diez millas de distancia. La fuerte tormenta de nieve ocupaba todo el espacio que me separaba de
él. Yo tenía un cochecito, de grandes ruedas, justo lo
más adecuado para nuestros caminos. Envuelto en el
abrigo de pieles, con el maletín en la mano, me encontraba en el patio, listo para marchar; pero el caballo…
no tenía caballo. Mi caballo había muerto la noche anterior, los esfuerzosde este helado invierno lo habían
agotado. Mi sirvienta recorría el pueblo para conseguir
un caballo prestado; pero era inútil, yo lo sabía. Y seguía allí, sin sentido alguno, cada vez más inmóvil,
cada vez más cubierto por la nieve. La muchacha apareció en la puerta, sola, balanceando el farol. Estaba

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claro, nadie prestaría ahora su caballo para semejanteviaje. Atravesé otra vez el patio. No hallaba ninguna
solución. Distraído y atormentado, di una patada a la
desvencijada puerta de la porqueriza, que no se usaba
desde hacía años. La puerta se abrió y siguió oscilando
sobre las bisagras. Sentí el calor y el olor de caballos.
Una turbia linterna de cuadra se bamboleaba de una
cuerda. Vi el rostro franco de ojos azules de un hombre
acurrucadobajo el cobertizo.
—¿Los engancho? —preguntó, arrastrándose a cuatro patas.
No supe qué decir, y solo me agaché para ver qué
había dentro del establo. La sirvienta estaba a mi lado.
—Uno nunca sabe lo que se tiene en su propia casa
—dijo la muchacha, y los dos nos reímos.
—¡Hola, hermano, hola, hermana! —gritó el mozo
de cuadra, y salieron uno tras otro dos caballos, dos
fuertes animales devigorosos flancos, con las patas
apretadas contra el cuerpo y sus armoniosas cabezas
agachadas como si fueran camellos, empujándose el
cuerpo por el hueco de la puerta que llenaban por completo. Pero enseguida se irguieron sobre sus largas patas, con el cuerpo despidiendo un espeso vaho.
—Ayúdalo —dije a la criada, y ella, bien dispuesta,
le pasó rápidamente los correajes del coche. Pero apenasllegó a su lado, el hombre la abrazó y pegó el rostro al
de ella. La muchacha gritó y huyó hacia mí. Sus mejillas
mostraban las rojas marcas de dos hileras de dientes.

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—¡Bestia! —grité enfadado—. ¿Quieres que te azote?
Pero inmediatamente recapacité: era un extraño, que
no sabía de dónde venía y que me ayudaba voluntariamente cuando los demás me fallaban. Comosi conociera mis pensamientos, no se molestó por mi amenaza
y, siempre atareado con los caballos, solo se dirigió una
vez hacia mí.
—Subid —me dijo, y en efecto todo estaba preparado.
Me di cuenta de que nunca antes había viajado con
un tronco de caballos tan hermoso, y subí al coche con
alegría.
—Yo conduciré, tú no conoces el camino —dije.
—Naturalmente —contestó—, yo no voy, me quedocon Rosa.
—¡No! —gritó Rosa, y salió corriendo hacia la casa,
presintiendo bien su inevitable destino. Todavía escuché rechinar la cadena y engancharse el cerrojo; también vi que Rosa apagaba todas las luces del vestíbulo
y, siempre corriendo, las del resto de las habitaciones,
para ocultarse.
—Tú vendrás conmigo —dije al mozo—; si no vienes, desisto de ir, aunque es urgente. No voy a dejartea
la muchacha como precio del viaje.
—¡Arre! —gritó el hombre, y dio una palmada. El
coche arrancó bruscamente, arrastrado como un tronco de árbol en un torrente. Todavía oí crujir la puerta

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de mi casa, que cayó hecha pedazos atacada a golpes
por el mozo. Los ojos y los oídos se me llenaron de un
zumbido que penetró en todos los sentidos. Pero eso
solo duró...
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