Los Juegos Del Hambre

Páginas: 21 (5010 palabras) Publicado: 22 de noviembre de 2012
JUEGO PERFECTO
Sergio Ramírez 
Siempre que subía tan apresurado por la boca de la gradería sólo tenía ojos para el bull-pen, ver si al muchacho se lo habían sacado a calentar, si al fin el manager se decidiría a ponerlo esa noche de abridor. Pero el bus se había descompuesto en la carretera sur y ahora venía con tanto retraso, el juego Boer-San Fernando qué años comenzado. Desde la tiniebla deltúnel impregnado de olor a orines había oído el largo pujido del umpire cantando un strike, y casi corriendo, con el portaviandas colgando de la mano, la botella bajo el brazo, emergió a la blanca claridad que parecía bajar como un vapor lechoso desde el mismo cielo estrellado.
Procuraba llegar temprano al estadio, cuando todavía el manager del San Fernando no había entregado el line-up alumpire principal y los pitcheres seguían calentando en el bull-pen. A veces le sacaban a calentar al muchacho, y entonces se pegaba a la malla, con los dedos engarzados en el tejido de alambre para que lo viera que ya estaba allí, que ya había llegado. El muchacho era tímido y se hacía el desentendido mientras seguía tirando silencioso y desgarbado, para volver siempre a la banca cuando comenzaba eljuego. Nunca, desde el principio de la temporada cuando el San Fernando se lo firmó para la liga profesional, se lo habían sacado a abrir. Y a veces ni a calentar. Algunas noches le daba la respuesta con la cabeza desde las sombras del dog-out: no, esa vez tampoco.
Pero ahora que llegaba tan tarde al juego, tras otear en la verde distancia del campo iluminado, lo descubrió al instante en la lomita,flaco y medio conchudo como era, estudiando la señal del catcher. Y antes de que pudiera poner en el suelo el portaviandas para ajustarse mejor los anteojos, lo vió armarse y tirar.
¡Strike! oyó vibrar otra vez el sostenido pujido del umpire en la noche calurosa. Volvió a otear, ahora llevándose las manos al ala del sombrero: era él, el muchacho estaba tirando, se lo habían sacado a abrir. Lovió recoger con desgano la bola que le devolvía el catcher, limpiarse el sudor de la frente con la mano del guante. Le falta un poquito de pulimento, le falta lija, pensó orgulloso.
Recogió el portaviandas y como si temiera hacer ruido, caminó con cuidado, casi de puntillas, hasta la frontera entre los palcos del home-plate y la gradería de sol, lo más cerca posible del dog-out del San Fernando.Todavía no sabía qué estaba ocurriendo en el juego, a qué altura iba, sólo que el muchacho estaba allí al fin en la lomita bajo la luz de las torres, mientras la noche se extendía más allá de la pizarra, más allá de las graderías.
Un batazo que ascendía inofensivo lo detuvo en su camino. El short-stop retrocedía unos pasos y abrió los brazos en señal de que era suyo. Lo cogió tranquilamente, tiró labola al campo y todo el equipo corrió hacia el dog-out. Final de inning, y el muchacho se vino caminando sin prisa, la cabeza gacha.
En realidad, el estadio estaba casi vacío. No se oían aplausos ni gritos y parecía más bien un día de práctica de esos que congregan a unos cuantos curiosos, los espectadores concentrados en pequeños grupos, como si tuvieran frío.
Aún de pie, estudió la pizarraque se alzaba a lo lejos detrás de la barda abigarrada de anuncios de colores, ya en la zona donde la luz de las torres no caía directamente y se comenzaba a crear una penumbra. La pizarra era como una casa con ventanas, dos ventanas para las anotaciones de cada inning por donde se veían las siluetas de los empleados encargados de colocar los números. La sombra de uno de los empleados cerraba laventana de la parte baja del cuarto inning con un cero:
A su muchacho no le habían pegado ni un hit, ni el cuadro le había cometido error, por lo tanto iba pitcheando perfecto. Perfecto, volvió a limpiar los anteojos en la falda de la camisa, el portaviandas otra vez en el suelo, la botella prensada bajo el brazo, empañándolos con el aliento y volviéndolos a limpiar.
Ascendió unas cuantas gradas...
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