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EL RODRIGAZO

En la antigua avenida Independencia, puerta de entrada norte de la ciudad de Santiago, antes del sector del Hipódromo y del estadio Santa Laura, donde el tranvía 36 retornaba hacia el centro, bordeando la rotonda de la plaza Chacabuco, a un par de kilómetros al norte de este popular barrio de La Palma, había una vieja casona, típica de la época colonial chilena, de adobes deanchos murallones, larga y angosta, de techo en dos aguas, cubiertas de tejas semicilíndricas, con tres patios centrales, bordeada con corredores cubiertos, y habitaciones. A la calle, solo exhibía dos ventanales con barrotes de hierro, a cada lado de una solemne puerta de dos alas, algo deterioradas, y en una de ellas una pequeña ventanilla con protección y postigo. Mostraba las huellas de cuantosparroquianos se habían anunciado para atravesarla, buscando horas de olvido y parranda.
Todos la conocían como la casa del “Rodrigazo”, vetusta morada de donde salían sonidos de arpa, vihuela y de una vieja pianola o bullicios de las riñas que incomodaban al poco vecindario, por las noches en las oscuras calles iluminadas tenuemente por el reciente sistema eléctrico que la capital había inaugurado.Se calmaban cuando llegaba la ronda de carabineros a caballo y sacaban a algún desordenado bajo el embrujo de alguna mistela, que llevaban tambaleando, al retén más próximo.
De este caserón las primeras piezas eran amplios salones, decoradas con cortinas de brocato, de color granate con ribetes amarillos, diversos sillones y sofás de varios estilos, adquiridas en casas de remates, o por suestado, parecían traídas del mercado persa de la rivera sur del río Mapocho. Pero se distinguía el primer patio, con 4 frondosos ciruelos y varios pedestales con plantas de helechos y tres quiltros rondando a una pequeña perrita liándose, casi colgando de un perro más grande.
Luego seguía el segundo patio, algo más rústico, sin adornos florares que en la sección transversal y central tenía unaamplia sala de baile. Aquí era típico el conjunto musical, casi estable que acompañaban a Don Luis en especiales ocasiones. Se lucía María José, que desde jovencito lo había adoptado para los servicios duros de la casa y que además había aprendido las artes de malabarismo y de exhibiciones con la pandereta, actos que se extasiaba y muchas veces vestido de vedette.
Y por último el tercer patio, másabandonado, un abierto barrial y sucio, estaba cruzado por varios cordeles para tender sábanas y manteles. En un rincón una pila de agua a medio cerrar y una estropeada alteza Al frente estaban los aposentos de cocina a fogón y despensa, a un extremo sobre el suelo de tierra siempre había una hoguera hirviendo ropa blanca. Después un sitio eriazo, mejor no describir.
Todo esto hacía un cuadromuy típico del ambiente de Don Luis, que atraía a buenos comensales a saborear las exquisitas cazuelas de cabeza de cerdo, cocinadas con una chuchoca que el mismo preparaba y el toque final se los daba doña Florinda, con unos papelillos de sanas y buenas yerbas de condimentos, encargadas a una paisana de Nueva Toltén.
Doña Florinda era una señora de unos 60 años de edad que acompañaba en lastareas culinarias, desde hacía muchos años a Don Luis. Se destacaba a lo lejos por su enorme figura, muy gorda y que lucía delantales curtidas por el tiempo y la grasa, se destacaba en las comilonas por su preparación del congrio, ya sean fritos o caldillo, receta que magistralmente recibió de alguna distinguida visita, como recompensa de tan agradables tertulias, saboreando las ricas cazuelas juntoa otros amigos..
Pablo Neruda, fue amigo de Don Luis y frecuentemente lo visitaba, recordando su época de estudiante cuando vivía en la pensión de calle Maruri. Aprovechaba unos pequeños ahorros y con grandes apetitosos antojos, junto a Rubén Azocar que esporádicamente se presentaba en Maruri, ambos, para neutralizar las tristes atardeceres de otoño y apartándose de la mundanal actividad...