OCTAVA CARTA DE FREIRE
OCTAVA CARTA
Identidad cultural y educación
Paulo Freire en “Cartas a quien pretende enseñar” Editorial Siglo
XXI editores Décima Edición en español, 2005, pag. 103 111
Preguntarnos sobre las relaciones entre la identidad cultural –que
siempre tiene un elemento de clase social –de los sujetos de la
educación y la práctica educativa, es algo que se nos impone. Es que la identidad de los sujetos tiene que ver con las cuestiones fundamentales
del plan de estudios, tanto el oculto como el explícito, y obviamente con
cuestiones de enseñanza y de aprendizaje. Sin embargo, me parece que
analizar la cuestión de la identidad de los sujetos de la educación,
educadores y educandos, implica recalcar, desde el comienzo de tal ejercicio que la identidad cultural, expresión cada vez mas usada por
nosotros, no puede pretender agotar la totalidad del significado del
fenómeno cuyo concepto es la identidad. El atributo cultural acrecentado
por el restrictivo de clase no agota la comprensión del termino “identidad”.
En el fondo, mujeres y hombres nos hacemos seres especiales y
singulares. A lo largo de una larga historia conseguimos desplazar de la especie el punto de decisión de mucho de lo que somos y de lo que
hacemos individualmente para nosotros mismos, si bien dentro del
engranaje social sin el cual tampoco seriamos lo que estamos siendo. En
el fondo, no somos sólo lo que heredamos ni únicamente lo que
adquirimos, sino la relación dinámica y procesal de lo que heredamos y lo
que adquirimos. Hay algo en lo que heredamos que Francois Jacob destaca en una entrevista a El Correo de la UNESCO y que es de la más
alta importancia para la comprensión de nuestro tema. “Estamos
programados, pero para aprender”, dice Jacob. Y es precisamente
porque nos fue posible, gracias a la invención de la existencia –algo mas
que la vida misma y que nosotros creamos con los materiales que la vida
nos ofreció , desplazar de la especie para nosotros el punto de decisión de mucho de lo que estamos y estaremos siendo. Y más aún, porque con
la invención social del lenguaje, lado a lado con la
operación sobre el mundo, prolongamos el mundo natural, que no
hicimos, en un mundo cultural e histórico que es producto nuestro, que
nos volvimos animales permanentemente inscritos en un proceso de
aprender y de buscar. Proceso que sólo se hace posible en la medida en que “no podemos vivir a no ser en función del mañana.” (Jacob, 1991).
Aprender y buscar, a los que necesariamente se juntan enseñar y
conocer y que por su parte no pueden prescindir de libertad, no sólo
como donación sino como algo indispensable y necesario, como un sine
qua non por el que debemos luchar permanentemente, forman parte de
nuestra manera de estar siendo en el mundo. Y es justamente porque estamos programados pero no determinados, estamos condicionados
pero al mismo tiempo conscientes del condicionamiento, por lo que nos
hacemos aptos para luchar por la libertad como proceso y no como meta.
Es por eso también por lo que el hecho de que “cada ser –dice Jacob
–contiene en sus cromosomas todo su propio futuro”, no significa de ninguna manera que nuestra libertad se ahogue o se sumerja en las
estructuras hereditarias como si ellas fuesen el lugar indicado para la
desaparición de nuestra posibilidad de vivirla. Condicionados,
programados pero no determinados, nos movemos con un mínimo de
libertad de que disponemos en el marco cultural para ampliarlo. De esta
manera, a través de la educación como expresión también cultural podemos “explorar más o menos las posibilidades inscritas en los
cromosomas” (Jacob, 1991). Queda clara la importancia de la identidad
de cada uno de nosotros como sujeto, ya sea como educador o
educando, en la práctica educativa. Y de la identidad entendida en esta
relación contradictoria que somos nosotros mismos entre lo que
heredamos y lo que adquirimos. Relación contradictoria en la que a veces ...
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