Sobre la dimensión social del patrimonio

Sobre la dimensión social del patrimonio arquitectónico y urbano
Gustavo Calamet

La dimensión social de la arquitectura es, naturalmente, su primigenia
razón de ser: el diseño y la dotación de espacios para conformar, del
mejor modo posible, la vida individual y colectiva de sus habitantes.
La dimensión social del patrimonio arquitectónico constituye, en
cambio, algo mucho más inasible,inefable, controvertible.
Recorramos nuestra ciudad. Mirémosla, sintámosla, pensémosla. Dejemos a un
lado, sólo por ahora, todo aquello que podríamos considerar, algo groseramente,
como inmaterial: prácticas culturales, rituales, discursos, leyendas, olores, sonidos.
Detengámonos en la manifestación material, tangible, de sus objetos: casas,
edificios, calles, plazas, árboles, monumentos.Todos esos elementos pueden ser
clasificados según dos categorías (artificiales, esquemáticas y simplificadoras como
toda categoría): bienes patrimoniales y bienes no patrimoniales. La naturaleza y
dinámica de constitución de ambas categorías muestran que la diferencia entre
ambas es, en la mayoría de los casos, discrecional –y, en muchos de ellos,
insustancial–. En efecto: ¿cuáles son los bienespatrimoniales? La respuesta,
manifiestamente obvia, casi una perogrullada, merece ser enunciada: aquellos que
han sido declarados como tales.
Ahora bien, los argumentos y alegatos esgrimidos para propiciar la declaración
formal de valor patrimonial de un bien han ido sufriendo, a lo largo del tiempo,
variaciones significativas. Hasta hace algunas décadas se privilegiaban aspectos
estéticos(o “arquitectónicos”, en el sentido más restringido –e inadecuado– del
término), siempre según los patrones propios de los sectores hegemónicos de la
“alta cultura”. Tales patrones estéticos, rara vez interpelados o puestos en duda,
estaban atravesados por las preferencias del paradigma dominante, en virtud de lo
cual solían responder a valoraciones inherentes a la tradición constitutiva detales
sectores. El peso de esa tradición investía a los valores estéticos de ciertos bienes
con un carácter atemporal, universal, casi al modo de la áisthēsis platónica.
En las últimas décadas los aspectos meramente estéticos comenzaron a ser
desplazados, cada vez más, por consideraciones más atentas a las singularidades
temporales y espaciales de cada cultura. Así, la atemporalidad y launiversalidad
como escuderos de la valoración estética tradicional han ido cediendo terreno a
concepciones más ancladas en la memoria (histórica) y la identidad (cultural, local).
Esta conquista, de inequívoco sesgo relativista, ha impulsado el reconocimiento y
valoración de la dimensión sociocultural del hecho arquitectónico (en sus diversas
escalas, desde lo edilicio hasta lo urbano) o, en rigor,del fenómeno arquitectónico.
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Es a partir de ello que la distinción entre bienes materiales (o tangibles) e
inmateriales (o intangibles) empieza a desvanecerse, y es quizás lo que explica que
la promoción del patrimonio intangible haya adquirido un impulso de creciente
magnitud.
En tal sentido, es a todas luces evidente que el patrimonio intangible viene siendo
objeto de unreconocimiento cada vez más generalizado, en buena medida como
respuesta –por la vía de la recreación y consolidación de identidades locales– frente
al ubicuo empuje de la globalización. Dicho valor se sustenta, asimismo, en la
convicción de que la cultura inmaterial de las comunidades locales –base para la
definición del concepto de patrimonio intangible– expresa y refuerza creencias,
ideales, valoresy prácticas socio-culturales ampliamente compartidos. Memoria e
identidad pasan a ser nociones axiales en todo este proceso, y también dos pilares
inexcusables en la ponderación del valor patrimonial de los bienes arquitectónicos y
urbanos. Es precisamente aquí donde radica su genuino valor cultural: en su
capacidad para rescatar y anclar la memoria colectiva (lo constitutivo) y al mismo...