los tudor historia
eclosión de una personalidad genuinamente inglesa afianzada en siglos posteriores,
la época de los Tudor ha hecho correr ríos de tinta y gastado quilómetros de celuloide.
La combinación de personajes singulares y hechos violentos y transcendentes
ha fascinado a los historiadores de todos los tiempos. Desde quelos mismos
coetáneos reflejaran tal combinación en unas crónicas que han sido caldo de cultivo
de brillantes plumas apologéticas como la de William Shakespeare —que, en
sus Enrique VIII o Ricardo III, bebe de Edward Hall o Polidoro Virgilio.
Cada momento —y cada nación— ha tenido su manera de analizar la época
de los Tudor, y han sido patrimonio de la más estricta contemporaneidad los intentosmás cientificistas. Del sesgo que caracterizaba a las opciones personales de la
historiografía es un ejemplo paradigmático la postura asumida ante el fenómenodel honrado comercio para un sector de la inglesa, corsarismo para otra facción
continental o directamente piratería para los descendientes de los más afectados
por ella, ésto es, los españoles, que así calificaban a las severamenteenjuiciadas
actividades de navegantes como Hawkins o Drake.
El ejemplo de este último viene al pelo para retratar a través de su biografía
una pauta de la manipulación de la memoria histórica asumida por ciertos historiadores
ingleses de viejo cuño al tratar de la época de los Tudor, puesto que todavía
en algunas selectas boarding schools decimonónicas se mencionaba la divisa que
la reina Isabelconcedió al ya sir Francis en investirle caballero —el Tu primus circumdedisti
me— acompañada del globo terráqueo para obviar la previa hazaña de
Magallanes y Elcano en pro del osado patrón del Pelícano.
Claro que un modelo crítico hacia esta época no es —ni fue— exclusivo de la historiografía
de las naciones que se consideraron amenazadas por su pujanza. Máxime
si se cuenta con que en lamisma Albión existieron grupos directamente agredidos
por el sesgo político de los burócratas de los Tudor. Entre ellos, muchos segmentos
poblacionales católicos y disidentes de la Reforma, fracciones campesinas perjudicadas
por las desamortizaciones y los cercamientos de tierras o una población
crecientemente exprimida a base de impuestos para financiar guerras exteriores y
el enaltecimiento delos sucesivos monarcas. De ahí que el conocido escritor
Anthony Burgess elevara la voz para hacerse oír en medio de los panegíricos y las
glosas que celebraron un centenario de la muerte de Enrique VIII. En una serie de
intervenciones muy duras, Burgess afirmaba que lo mejor que hizo el gran Harry
—como gustaba el rey de ser llamado— fue precisamente morirse.
Durante muchos años, los Tudoreshan gravitado entorno a las dos grandes figuras
de Enrique VIII y de Isabel, los miembros de la dinastía con mayor número de
estudios dedicados. La insistencia se justifica en la revolución del primero —el gran
cambio estructural gestado en tiempos de aquel soberano Barbazul al que algunos
recuerdan con rasgos holbeinianos y otros con la fisonomía de Charles Laughton.
Y, en el caso de suhija, en la excepcionalidad de un reinado largo, vigoroso y triunfante
que situó a Inglaterra en una rampa de despegue imperial.
Sin embargo, los últimos enfoques dentro de una nueva corriente de historia
política que integra factores económicos, sociales, culturales y religiosos en un
afán globalizador han abrazado también a los otros componentes menos destacados
del linaje. Basta observar losestudios de Storey sobre Enrique VII, los de Jordan
sobre Eduardo VI, los de Chapman sobre Juana Grey o los de Jennifer Loach,
Robert Tittler o David Loades sobre María Tudor.
Este revisionismo supera la anacrónica tentación de inserirse en la magistratura
judicial que asaltaba a algunos historiadores centrados en la época, rehuyendo
explicaciones simples a fenómenos tan complejos como el...
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