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H. P. LOVECRAFT & C. M. EDDY JR.
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-Hola, Bruce. Hace siglos que no te veo. Entra.
Dejé la puertaabierta y me siguió al interior de la habitación. Su flaca y desgarbada
figura se acomodó con torpeza en la silla que le ofrecía mientras comenzaba a jugar con
su sombrero entre los dedos. Sus profundos ojos tenían un mirar asustado, distraído, y
atisbaban furtivos por entre los rincones de la habitación, como si buscasen algo
escondido dispuesto a echarse sobre él en cualquier momento. Su rostroestaba ojeroso
y sin color. Las comisuras de sus labios tenían un rictus espasmódico.
-¿Qué te ocurre, viejo? Parece que has visto un fantasma. ¡Levanta el ánimo!
Me acerqué al mueble bar y llené un pequeño vaso con el vino de una botella.
-¡Bébete esto!
Vació el vaso de un sorbo y continuó jugando con su sombrero.
-Gracias, Prague; no me siento demasiado bien esta noche.
-¡No hace falta que lo digas!¿Qué es lo que va mal?
Malcolm Bruce se agitó inquieto en su silla.
Lo miré en silencio, preguntándome qué podía haberle afectado de aquella manera.
Conocía a Bruce y lo tenía catalogado como un hombre tranquilo y con voluntad de
acero. Verlo en aquel estado de nervios no era normal. Le ofrecí un cigarro, y él lo
tomó, mecánicamente.
Pero, hasta que Bruce no encendió el segundo cigarrillo, elsilencio entre los dos
continuó. Su nerviosismo parecía desaparecer poco a poco. Una vez más fue el hombre
dominante, seguro de sí mismo, que yo conocía.
-Prague –empezó-, me acaba de suceder la experiencia más diabólica y terrible que
puede acontecerle a un hombre. No estoy muy seguro de si debo contártelo o no, pues
tengo miedo de que pienses que estoy loco; ¡cosa que no te reprocharía! Pero escierto,
¡hasta la última palabra!
Hizo una dramática pausa y lanzó al aire unos tenues anillos de humo.
Sonreí. Ya había escuchado más de una historia de miedo en aquella misma mesa.
Debía haber alguna especie de peculiaridad en mi forma de ser que inspiraba confianza
a los demás; me han contado historias tan extrañas que algunos hombres darían años de
su vida por escucharlas. Pero, a pesar de migusto por lo sobrenatural y peligroso, de mi
atracción por el conocimiento de lejanas e inexploradas regiones, me he visto
condenado a una vida prosaica y aburrida, con un trabajo anodino.
-¿Has oído hablar alguna vez del profesor Van Allister? -preguntó Bruce.
-¿Quieres decir de Arthur Van Allister?
-¡El mismo! ¿O sea que le conoces?
-¡Desde luego! Hace años que le conozco. Desde el momento en querenunció a su
profesorado de química en la escuela para dedicarse a sus experimentos. Yo le ayudé a
diseñar el laboratorio insonorizado en el ático de su casa. Después comenzó a estar tan
embebido en su trabajo que no tenía tiempo de ser amable con nadie.
-Recordarás, Prague, que cuando ambos estábamos en la escuela, yo era muy aficionado
a la química.
Asentí, y Bruce siguió hablando.
-Hace unoscuatro meses yo estaba buscando trabajo. Van Allister publicó un anuncio
en el que requería un ayudante, y yo le contesté. Se acordaba de cuando yo estaba, en el
colegio, y pude convencerle de que sabía lo suficiente de química como para serle útil.
«Tenía una joven de secretaria, la señorita Marjorie Purdy. Era la típica mujer que se
dedicaba por completo a su trabajo, tan eficiente como bonita.Había ayudado algunas
veces a Van Allister en el laboratorio, y pronto descubrí que mostraba mucho interés en
este trabajo y que hacia sus propios experimentos. Pasaba casi todo su tiempo libre en el
laboratorio con nosotros.
«Sólo era cuestión de tiempo que tanta camaradería se convirtiese en una profunda
amistad, de tal forma que llegó un momento en el que yo dependía de su ayuda en mis...
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