Arbol

El reloj avanzó y las manecillas se movieron un segundo más adelante, por la ventana la nieve avanzó un milímetro más abajo, las miradas se cruzaron un instantes más cercanas, un inocente jugueteoque nadie se atrevería a insinuar.
Las palabras depresivas arriesgaban a ser destruidas por el llanto, todo dentro del hospital olía a miedo, la desesperación recorrió mi cuerpo y la sangre rebotabaen mi corazón, una pequeña herida dejó escapar mi último aliento y los recuerdos se cruzaron en un pergamino de recortes sin sentido, entonces las manecillas del reloj retrocedieron muchos añosatrás.
Desperté sobre una cama de algodón, podía presumir que era así porque mi piel se sentía suave y los dulces sonidos que recorrían la habitación se perdían en el holgado colchón. Una mirada dulcedesprendió mi mano que se mantenía sujeta a las sábanas, me sorprendí al ver una piel tan inauditamente blanca, con dulzura me arrastró cerca del pálpito de su corazón y comencé a soñar por segunda vez.Había un bosque tan gris y a la vez tan verde que parecía pintado por niños, tenía un olor a caramelo fundido y yo caminé sobre un suelo que no existía, un espejo apareció frente a mí, grande yresplandeciente, crucé la mirada con mi imagen unas cuantas veces, yo lucía pálida, con leves ojeras rosadas y una gota de sangre manchaba mi corazón, dentro de mí sentí que lloraba, pero el espejo medecía que mi rostro se mantenía fijo, tenía mi vida en el espejo. Cuando abrí los ojos me levanté tarareando la melodía de la caja musical sin conciencia de que lo hacía, afinadamente las notasresultaron encantadoras e imágenes de alguien desconocido se aparecían dentro de mi mente.

Me acerqué al piano y mis dedos se deslizaron sin preguntarme, tan suave, tan dulce, pensé. Mientras lossonidos revoloteaban por el salón una figura infantil jugaba por el patio, las lágrimas se derramaron sobre la madera añeja del piso y se absorbió silenciosa en mis ojos.
Las visitas de siempre se...